Ecos de la función

Acabó la función y, como correspondía, cayó el telón. Las luces se apagaron y quedó el lugar solitario, flotando en el aire la trascendencia artificial buscada y perseguida con ahínco por la compañía promotora. Los actores regresaron a sus hogares y tanto los protagonistas de primer plano como aquellos que contaron con un distinguido papel en la sombra, realizaron sus interesadas críticas sobre lo acontecido. Aún colean los ecos de la función.

En realidad, la obra ya comenzó con unos previos, días antes del señalado en el programa. En ellos, diversos protagonistas de relevancia media advertían sobre el peligro proveniente de la actitud que pudieran adoptar los gobiernos español y francés. No fuera a ser que apareciera la guardia civil antes de tiempo, confiscara el atrezzo y se llevara detenidos a un par de figurantes. Incluso hubo llamamientos solemnes a ambas instancias gubernamentales para que se comportaran con «altura de miras». Se supone que tal cosa debía ser «dejar hacer» y no estorbar. Los actores que protagonizaron estos prolegómenos estuvieron en su sitio, sólidos, cumpliendo el papel asignado. Cierto sector del público, incluso, participó activamente, conteniendo el aliento ante esa peligrosa advertencia y especulando sobre lo que serían capaces de hacer o no hacer tan arteros «enemigos de la paz». La incertidumbre contribuyó a incrementar la expectación – bien lo sabían los autores del guion – y de eso se trataba. Al fin y al cabo, era solemnidad añadida.

Me cuentan que, el dia D, la obra presentó dos escenarios muy diferenciados. Al parecer, mientras en el estrado principal se desarrollaba la parte noble de la función, con formalidades cuidadas y medidas, el patio de butacas se convertía en un alboroto de gritos perfectamente reconocibles como propios de una familia política concreta, reflejando con ello el escaso pluralismo de quienes pasaron por taquilla para ver el directo.

Acabada la parte central del espectáculo, resulta curioso observar la escasa trascendencia informativa alcanzada por lo que constituye el elemento más relevante de la «cacharrería» (como denomina un gran amigo mío al asunto) del día 8 de abril: el consentimiento del gobierno español respecto a la operación realizada y la aceptación de su resultado. De hecho, es lo que permite afirmar/oficializar que se ha producido el desarme de ETA, lo cual no es moco de pavo.

Singular ha sido también el comportamiento posterior de otros protagonistas muy destacados de la obra, no en el papel de actores de escena, sino en el de productores y, en buena medida, guionistas. El PNV y el gobierno vasco han mantenido un perfil deliberadamente bajo. Una vez garantizado el éxito de la función, se retiraron con discreción a sus cuarteles, dejando en el aire un par de esbozos críticos muy bien trabajados y calculados.

«Todas y cada una de las víctimas son hoy sujetos y partícipes principales de este logro democrático de la sociedad, sus instituciones, la política y de los derechos humanos». Soberbia e inmaculada la declaración institucional leída por el Lehendakari, colocando a las víctimas en el centro de un escenario del que habían estado completamente ausentes hasta ese momento.

Por su parte, el Presidente del PNV nos deleitó con esta perla : «Para mí fue más importante lo del metro (la inauguración de la línea 3 de Bilbao) que lo del desarme».

Para quitarse el sombrero ante el libretista de la función, a la hora de escribir los papeles de estos personajes. Es realmente meritorio emplear el cinismo para proyectar esa imagen pulcra e institucional que han buscado. Porque cinismo es relativizar ahora en público aquello que ha constituido objetivo esencial de los líderes nacionalistas vascos en los últimos meses y de cuyo resultado tienen motivos para estar más que satisfechos.

Curioso, en definitiva, cómo dos de los tres grandes protagonistas de la obra han asumido – y ejecutado – su papel más importante entre bambalinas, para pasar después al disimulo y la mirada como distraída hacia delante. No solo el gobierno vasco. Bien poco relevante ha dicho el gobierno español al respecto. Incluso, como han denunciado algunos sindicatos de TVE, hubo instrucciones expresas de «esconder» la noticia de la función del 8 de abril en el fondo oscuro de los telediarios. Mejor que los españoles no se fijen mucho en lo que hacemos, no sea que se den cuenta de que aparecemos en los créditos de la obra como coproductores.

Pero que nadie se despiste. Entre dimes y diretes de los demás sobre si el desarme ha sido completo o no, la izquierda abertzale, tercer actor principal de la obra, está a otra cosa, a lo suyo: el relato.

A pocos se les escapaba que la importancia y la relevancia de «lo de la cacharrería», no venía de las armas entregadas, por mucho que se hable de su eventual utilidad para investigar crímenes sin esclarecer, sino del simbolismo de la representación teatral a efectos de la narrativa defendida. Generosa y unilateral aportación a la paz versus derrota. El éxito de los guionistas es, en este punto, más que dudoso, a juzgar por el resultado del aplausómetro.

Pero no creo que tal cuestión – que caduca en apenas unos días, cuando deje de hablarse de la representación – preocupe en exceso a la izquierda abertzale, consciente de que el campo en el que se libra una buena parte de la batalla real por la hegemonía del relato es otro: el campo de las víctimas y el espacio público.

En los últimos diez años, el Partido Popular ha demostrado que los espacios ocupados en el ágora pública por las víctimas del terrorismo, de un lado, y las víctimas de la dictadura franquista, por otro, cumplen – si se maneja el asunto con habilidad – la ley de la impenetrabilidad. Por momentos, llega a parecer que no hay en el discurso público sobre las víctimas, otras que las del terrorismo (fundamentalmente de ETA), contribuyendo así al ostracismo de las víctimas del franquismo.

Bildu es buen conocedor del valor del espacio público y de la importancia de su ocupación. No digo que no haya convicción en ello, pero resulta llamativo el impulso que esta formación política ha dado, en los últimos tiempos, a su política en favor de la memoria histórica y muy especialmente, de los derechos de las víctimas del franquismo. A buen entendedor.

Hay víctimas que incomodan a algunos porque colocan un espejo enfrente que les devuelve imágenes poco agradables. Cada quién debe saber de qué víctimas se le llenan la boca y pensar en el espejo que le colocan aquéllas otras que omite.

Y esto tiene que ver con el relato más que la función.

17.4.17

3 comentarios en “Ecos de la función

  1. Muy acertado análisis, Txema. De todas formas, y a pesar del relato que «la cacharrería» intente presentar, la realidad tozuda de los hechos (ya no pueden defender la «lucha armada»), ahí está: los violentos han perdido. Un abrazo.

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  2. Supongo que llegará un día en el que todas las víctimas sean de todos, y todos, defendamos los derechos humanos de todos. Esperemos que sea pronto¡¡¡¡ Esa sí sería una gran foto¡¡¡¡

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