Este artículo ha sido publicado hoy, 1 de febrero de 2020, en El Diario Vasco.
Escribo desde la tristeza y el desánimo, a cuenta del expediente disciplinario notificado a mi querida Maixabel por burofax, por haber mostrado públicamente su “apoyo a Más País” en la última campaña electoral. Fui yo quien recabó ese apoyo, aunque no fuera expresamente al partido sino a su candidato, y me siento culpable. Esa invitación ha traído como consecuencia la pérdida de su condición de afiliada al PSOE, que, sin duda, supone para ella la pena de haber puesto fin a muchos años de militancia, muchos de ellos compartida con Juanmari. Pero, sobre todo, le ha provocado la humillación de un procedimiento sancionador, notificado con la frialdad de un burofax, después del servicio que Maixabel ha prestado a nuestra comunidad durante once largos, duros y fructíferos años.
Creo en la sinceridad de cuantos dirigentes y militantes socialistas han lamentado verse en esta tesitura, apurando el trago con desagrado e incomodidad. Pero también creo honestamente que la trayectoria vital y política de Maixabel Lasa no se merecía la actitud fría y legalista con la que ha sido acogida la denuncia en su partido. Cabían otras opciones menos lesivas para todos los intereses en juego y lamento que no se hayan explorado.
Es curioso que Maixabel Lasa haya sido expedientada por aparecer junto a un candidato de otro partido, en una circunscripción que no era la suya, manifestando su apoyo personal a este candidato, con quien compartió experiencias, emociones, disgustos y satisfacciones, en años de trabajo en el Gobierno Vasco, junto con Jaime Arrese también. Una amistad profunda, trenzada en ese tiempo, de reconocimiento y admiración mutua, que quiso exteriorizar en un acto puntual y excepcional, en el que ni siquiera llegó a mencionar el nombre del partido por el que se presentaba ese candidato.
Y es curioso porque durante años Maixabel colaboró con un gobierno dirigido por un partido político diferente del suyo, en tiempos en los que las divergencias entre ambos, PNV y PSOE, eran profundas y constantes, con enconados enfrentamientos cuya superación no resultó después tarea sencilla. En todo ese tiempo, Maixabel trabajó bajo la dirección política del gran adversario político del Partido Socialista. Es muy probable que los estatutos fueran entonces los mismos que ahora. Sí, ya sé que hubiera sido incomprensible, más bien inconcebible, que el PSOE hubiera arremetido entonces contra la Directora de Atención a Víctimas del Terrorismo. Solo me pregunto ¿Era inevitable hacerlo así ahora?
Dice Eneko Andueza, Secretario General de Gipuzkoa del PSE, que “sintiéndolo mucho ante una denuncia, no cabe más que actuar”. Y tiene razón. Para eso están las normas. Añade que el PSOE ha valorado la denuncia y que, con los estatutos en la mano, “es una expulsión como la copa de un pino”. Y probablemente tenga razón de nuevo. Solo que esa constatación, que a Andueza le permite estar a bien con su conciencia, pues ha hecho lo “legalmente” correcto, a mí me alarma porque denota, una vez más, el estrecho margen que los partidos ofrecen al ciudadano como sujeto político. Aunque ciertamente, en ocasiones, aparece una llamativa laxitud en la aplicación de las normas. Y no es el caprichoso azar el que determina cuándo toca firmeza y cuándo flexibilidad, sino un ponderado análisis de las repercusiones políticas de una u otra decisión. Pongamos aquí el caso de Rosa Díez, pero también podemos hacerlo, sin remontarnos tanto en el tiempo, con algunos ilustres prebostes del partido socialista inquietos por las actuaciones de su actual presidente.
Pero dicho eso, vuelvo a lo que de sustancial tiene este penoso asunto y es que pone de manifiesto las deficiencias en los usos y el funcionamiento de los partidos políticos hoy en día. Malas prácticas que olvidan a las personas y desatienden los necesarios cuidados de quienes se acercan a la participación en el juego político. Y que, sobre todo, dejan escaso margen de libertad a los sujetos que forman parte de la organización. El famoso axioma que sacralizó Alfonso Guerra, “El que se mueve no sale en la foto”, cercena el espacio y la capacidad del militante. Los partidos se convierten en cuadros disciplinados ahítos de mansedumbre y huérfanos de capacidad crítica o de valentía para expresarla. El interés del partido se convierte en el centro de la actividad política, muchas veces alejado de los intereses generales. Cualquier gesto contrario a ese interés, puede acarrear el peso de la disciplina; de unos estatutos, que, sin duda, previenen y garantizan el estatus de la organización.
No debemos recelar de los partidos políticos como instrumentos fundamentales para la participación política, tal y como recoge el artículo 6º de nuestra Constitución. Pero es aconsejable abominar de la deriva que los mismos han tenido hacia esas organizaciones cada vez más alejadas del espíritu que impregna el inciso final del mencionado precepto constitucional, ése que exige una estructura interna y un funcionamiento democráticos.
Por desgracia, no se trata de un problema exclusivo de los “viejos” partidos. Hemos asistido atónitos al desperdicio de la oportunidad que constituía crear nuevas organizaciones con espíritu presuntamente renovador, tanto a un lado como al otro del espectro ideológico. Han acabado siendo alumnos aventajados que recrean sin pudor la ausencia de una democracia interna real y desprecian el imprescindible margen de libertad individual con espíritu crítico que ennoblece el quehacer político también en un partido.
Sinceramente, creo que solo merece la pena participar en una organización política que respete estos parámetros de democracia real, transparencia, participación y que no solo tolere, sino que fomente, la libertad individual, el debate y el espíritu crítico.
En aquella comparecencia conjunta que le ha costado el expediente, Maixabel manifestó que lamentaba, siendo guipuzcoana, no poder votar mi candidatura, teniendo en cuenta, según ella, “su capacidad de llegar a acuerdos, de dialogar, de hablar con diferentes» que, «es lo que falta entre los políticos«. Ahora soy yo quien lamenta haber causado este desdichado incidente, del que, al menos, estamos obligados a extraer algún aprendizaje para el futuro.
31.1.20