La revisión crítica de la que pocos hablan

Suelen pasar desapercibidas y apenas generan debate o polémica, pues pocas veces se discuten. Pareciera que se asume la idea de que aún es pronto, en medida de tiempo histórica, para realizar un examen de tal naturaleza a y desde la sociedad vasca. Sin embargo, algunas voces, esporádicamente sí se alzan para criticar lo que sus autores califican de «culpabilización» de los vascos cuando se analiza su actitud y su reacción frente a la violencia de ETA.

Cuentan que el último en hacerlo debió ser un alto responsable en la materia del gobierno vasco, al intentar explicar la razón del ostracismo al que fue sometido por el propio gobierno el Informe Foronda sobre «Los contextos históricos del terrorismo en el País Vasco y la consideración social de sus víctimas en el período 1968-2010». Con posterioridad, la polvareda levantada por tal actuación con un estudio realmente valiosísimo en términos de memoria, así como una reflexión más profunda, presidida por la sensatez, provocaron el cambio y la promesa de difusión del mismo desde el propio gobierno. Pero en su momento, no parece que gustó la radiografía que el citado Informe realiza sobre la respuesta de la ciudadanía vasca al fenómeno de la violencia terrorista padecida.

Recuerdo que a finales del año 2003 – uf, qué lejos ya -, cuando el gobierno vasco liderado por el Lehendakari Ibarretxe estaba a punto de lanzar la campaña de sensibilización pública a favor de la Paz y la Libertad y contra la situación de amenaza en la que vivían muchos de nuestros conciudadanos, no fueron pocas las voces que se alzaron en el seno del propio gobierno en contra de la misma, por considerarla ofensiva e injusta para con amplios sectores de la sociedad vasca. Recuerde el lector aquella campaña de publicidad, con el impactante cartel de la bala y el pintalabios y un eslogan inusitado en aquellos momentos de intensa polarización y crispación política para ser promovido por instancias públicas vascas: «Cuando silencian una voz, nos callan a todos; que no sellen tus labios». Se añadía una referencia al número de ciudadanos vascos amenazados por la organización ETA, colocado bajo la bala y otra cifra, la del resto de población de la Comunidad Autónoma, bajo el pintalabios, con el emplazamiento a que no maquillara la realidad. Pues sí, ¿qué quieren que les diga? En su momento me pareció no solo acertada sino valiente y, sobre todo, atrevida, a tenor del contexto político que vivíamos y hoy, con la perspectiva que da el tiempo, aún me siento más orgulloso de haber participado en el impulso de la misma.

Las voces críticas dentro del gobierno sostenían que el mensaje era injusto para con la mayoría de la sociedad, pues rechazaban que se pudiese acusar o insinuar siquiera que ésta maquillara ninguna realidad y defendían la ejemplar reacción de la misma ante el terrorismo etarra. Había quien lo consideraba incluso ofensivo.

Justo es reconocer que el Lehendakari Ibarretxe no dudó un solo momento en apoyar la campaña diseñada y acompañar a la Directora de Atención a las Víctimas del Terrorismo (Maixabel Lasa) y al Director de Derechos Humanos (yo mismo) nada menos que a la capital del reino a presentar, en territorio comanche y con la peña política capitalina sublevada contra el gobierno y el propio Lehendakari, la referida campaña de sensibilización en enero de 2004.

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La prensa recogía entonces la noticia de la presentación con reseñas como ésta: «Aunque el Gobierno quiere lanzar un mensaje positivo a la sociedad vasca y evitar los reproches, el símil del pintalabios no deja de ser un toque de atención a la conciencia de todos «los que miran para otro lado, o maquillan» un problema que afecta a más de 42.000 ciudadanos en la comunidad autónoma amenazados por la banda y sus seguidores.»

Se trata de cuestiones no novedosas. ¿Ha sido correcta la actitud, la reacción de la sociedad vasca ante la acción de ETA? ¿Existe justificación para la crítica respecto de esa actitud? Cada cierto tiempo y por razones diversas, resurgen tímidamente algunas opiniones, para volver a desaparecer, sin llegar alcanzar el debate la extensión y profundidad necesarios para avanzar en la reflexión.

Obsérvese que son dos los planteamientos realizados, aunque íntimamente unidos. Por un lado, el análisis – y la valoración consiguiente – de la respuesta social en Euskadi al fenómeno del terrorismo. Una reflexión crítica. Por otro, la actitud mantenida por algunos sectores renuentes a aceptar críticas o censuras mínimamente severas para con la actitud de los vascos, desde una autocomplacencia tan excesiva como injustificada.

No es mi intención realizar un análisis profundo sobre todo ello en estas líneas. Pero no resisto la tentación de apuntar algunas referencias que contribuyan a la reflexión y al debate, en relación especialmente a cómo nos hemos mirado y cómo nos hemos visto los vascos frente a la violencia y el terror de ETA.

En este sentido, cabe indicar que la propia naturaleza y el objetivo del estudio realizado por el Instituto Valentín de Foronda, antes mencionado, ofrecen la posibilidad de acudir a él en primer término. Creo obligado antes de nada, reconocer el excelente trabajo realizado por sus autores, debiendo señalarse el mismo, no como fuente única, por supuesto, pero sí muy principal, para analizar la reacción de la sociedad vasca ante el fenómeno del terrorismo. Destaco algunas de sus constataciones, en la convicción de que la descontextualización no desmerece el valor de su significado.

 «Las visiones comprensivas de los miembros de ETA iban más allá de este sector. A la altura de 1978 un 48% de los vascos adjetivaba a los etarras como patriotas o idealistas (Linz, 1986)». Página 44.

«Tomemos 1979 como muestra. Aquel año hubo 64 atentados terroristas con víctimas mortales, 59 de ellos obra de ETA y grupos afines, con un total de 80 personas asesinadas. Apenas un 24% de estos atentados tuvo una contestación en la calle en forma de movilización de protesta, una cifra elocuente de ese abandono social al que nos referimos. El porcentaje se puede desglosar según el estatus de la víctima para obtener una visión más matizada y compleja. Cuando los asesinados eran policías apenas hubo movilización en un 7% de los casos (esto es, dos veces), un porcentaje que sube hasta el 43% en el de los militares y al 64% en el de los civiles, los atentados que generaron una mayor repulsa.» Página 45.

«Recapitulando, los datos de que disponemos indican que durante varios años continuó la dinámica de la transición, esto es, de escasas movilizaciones tras los atentados. Desde 1986, gracias a Gesto por la Paz, cambió el panorama. El rechazo existente se empezó a expresar en forma de campañas sostenidas en el tiempo, que involucraron a una parte pacifista y comprometida de la sociedad vasca, y que hubieron de afrontar fuertes resistencias de parte del nacionalismo vasco radical. Pintadas y consignas del tipo “Aldaia paga y calla” o “los asesinos llevan lazo azul” son un ejemplo significativo. Otra muestra la ofrecen las contramovilizaciones que, bajo el lema “Euskal Herria askatu” (libertad para Euskal Herria), eran convocadas enfrente de donde los pacifistas se reunían para exigir la libertad de los secuestrados por ETA. Ello dejaba imágenes explícitas de la división existente en Euskadi en torno al terrorismo, que ejercía, una vez más, como factor polarizador de la sociedad». Página 72.

Concentración gesto y contra

(Cuántos minutos sumados en concentraciones que reclamaban la libertad de los secuestrados o simplemente la paz, impregnándose en nuestras retinas las miradas impávidas, indiferentes, temerosas o huidizas de tantísimas personas que pasaban a nuestro lado).

«Un 76% de los asesinatos de ETA carecieron de respuesta en forma de movilización social de protesta durante la transición (datos de 1979) y lo mismo ocurrió en un 82% de los casos durante la primera fase de la consolidación democrática (datos de 1984). Al contrario, todos los asesinatos de miembros de ETA contaron con réplicas en forma de huelgas y manifestaciones, incluyendo constantes expresiones de apología del terrorismo». Página 120.

Pero, más allá de estudios y constataciones más o menos empíricas, merecen mi atención el criterio y razón de dos grandes hombres del mundo de la cultura euskaldun, con acreditada trayectoria literaria y de pensamiento crítico con su tiempo.

Para referirme al primero de ellos quiero aludir al I Acto Institucional de Homenaje y Reconocimiento a las Víctimas del Terrorismo, organizado por el Gobierno Vasco y celebrado en el Auditorio del Euskalduna, en Bilbao, el día 22 de abril de 2007. El conjunto de aquel acto tuvo un mensaje claro y nítido, constituyendo elemento esencial el discurso institucional del Lehendakari Ibarrtexe, con su solemne petición de perdón a las víctimas del terrorismo por el abandono y falta de solidaridad y cercanía mostrada por la sociedad y las instituciones vascas, a lo largo de tantos años de ostracismo.

Pero muy especialmente quiero destacar la impagable intervención del escritor Anjel Lertxundi ante las víctimas presentes, de la que extracto dos momentos:

«Nos hemos callado ante la infamia. (…)

Podíamos habernos puesto en su lugar, porque pudo también pasarnos a nosotros. Todos poseemos los instrumentos precisos para imaginar la terrible soledad de una víctima, recluida involuntariamente en su dolor, los sentimientos, los recuerdos, el viento helado que barre unas voces que nunca más se escucharán. Se trataba de emprender un viaje moral. Sí, podíamos habernos acercado a ustedes, imaginarnos en su lugar, esbozar ante sus miradas un mínimo gesto de solidaridad. Sin embargo, nuestra conciencia, aletargada por el interés y el cálculo y amedrentada por la presión tenaz de los violentos sabía que su espejo nos remitiría a nuestro propio espejo, que su dolor nos interpelaría sobre nuestros silencios y nuestras omisiones, que denunciaría nuestras complicidades. La verdad del espejo incomoda, vaya si incomoda; sobre todo cuando hace luz en nuestras deserciones, en nuestras más íntimas debilidades, en el perverso orden de prioridades que nos llevaba a mirar a otro lado.»

Y más tarde añade:

 «Ante el horror no hay gradación. Aunque los políticos y los medios de comunicación nos decían y nosotros repetíamos que la violencia había dado un salto cualitativo, éramos nosotros quienes habíamos dado ya el salto cualitativo al callar ante la barbaridad precedente y con nuestro silencio facilitar una nueva.»

El otro autor aludido es Ramón Saizarbitoria, quien, en su última novela publicada, «Martutene» (una obra extraordinaria cuya lectura recomiendo con entusiasmo), plantea, a través de una sus protagonistas, algunas reflexiones clave:

«Lo cierto es que, a veces, a Julia se le hace difícil admitir que hayan podido llegar a convivir con tanto horror – conciudadanos rematados a tiros en la acera de sus casas ante la aparente indiferencia general – y sin embargo le da rabia la gente que dice no entenderlo.. Se siente interpelada desde una posición ética superior, desde otro estadio evolutivo cuando uno escucha eso de «Cómo habéis podido llegar a esto? Y eso duele.

¿Cómo han llegado a esto? Paso a paso. Hasta finales de los setenta, lo natural era estar con ETA. Incluso en Madrid se lanzaron jerséis al cielo, con alegría, cuando mataron a Carrero Blanco. El militante de ETA torturado, ametrallado en su huida, el que empezó pintando Gora Euskadi en las paredes y terminó poniendo bombas, era el hermano, el amigo, el vecino o alguien que podía serlo, que hacía lo que uno mismo no hacía no por impedimentos éticos sino por falta de coraje, y que haciéndolo dignificaba a todo un pueblo»

«A Melitón Manzanas no puede verle todavía como víctima. Desde su muerte – que la mayor parte de la ciudadanía vivió como una ejecución justa – hasta que la vileza y la locura se hicieron evidentes prácticamente para todo el mundo con el asesinato de Miguel Ángel Blanco, cada persona ha necesitado su tiempo, en función de sus circunstancias personales, para abrir los ojos, ver la sangre de las víctimas y compartir su dolor.

Aunque las parábolas resultan engañosas es tentador recurrir a ellas. Quien más quien menos se sostiene un tiempo agarrado a las bridas porque es duro caerse. Porque siempre es tarde para apearse. Aceptar que el hermano, el amigo del hermano, quien podría serlo, es un asesino, reconocer que uno mismo ha apoyado la locura, que ha justificado el crimen, que ha vivido en una miseria moral».

«Supone que en euskera hay voces avergonzadas que se mantienen en un silencio culpable. Voces que no se sienten legitimadas para sumarse, tardíamente, a las que se alzaron cuando hacerlo era difícil. Voces ahogadas por la vergüenza. Voces hipócritas que pretenden disimular que permanecieron calladas. Silencios arrogantes de quienes no se resignan a ser voces de última hora. De quienes no hablan para no hacer evidente que estuvieron callados. De quienes no quieren reconocer que se confundieron. Quizá algunos silencios son respetuosos: el de quienes no se sienten legitimados a hacer uso del dolor, el de quienes no se atreven a utilizar el gris por temor a difuminar el bosque. Quizá hay también silencios pudorosos y silencios cobardes. Hubo sin duda silencios impuestos por las balas que asesinaron a López de Lacalle y por el desprecio que mató de muerte natural a Imanol Larzabal en Torrevieja. Silencios provocados por el hastío. Pero también están las voces de quienes tras caerse del caballo, sin tiempo para sacudirse el polvo, arremeten contra quienes cabalgaron a su lado, contra todo cuanto creyeron o sintieron, voces airadas que encuentran un aplauso fácil y han hecho oficio de citar a Primo Levi».

Que cada quien extraiga sus propias conclusiones. Son estímulos para una necesaria reflexión, para una imprescindible revisión crítica de nuestro propio pasado como colectividad. Ahí lo dejo, en la seguridad de que, tarde o temprano, se impondrá la mirada sosegada ante el espejo, que nos devolverá la imagen que nos merecemos realmente. Y probablemente no coincidirá con la que algunos autocomplacientes quieren, no ver, sino que veamos los demás. Pues eso, veremos.

PS: Véase también sobre el mismo asunto:

«Aún estamos a tiempo» Manifiesto de 33 intelectuales vascos, de mayo de 1980. http://www.academia.edu/9167534/AUN_ESTAMOS_A_TIEMPO_Manifiesto_contra_el_terrorismo_de_ETA_mayo_1980_

http://imanol-zubero.blogspot.com.es/2011/12/la-sociedad-vasca-y-eta-un-poco-de.HTML

El libro «Cómo pudo pasarnos esto», de Idoia Estornés

2 comentarios en “La revisión crítica de la que pocos hablan

  1. Hoy hace doce años moría el escritor Roberto Bolaño. El recuerdo de su recuerdo me trae a la memoria la novela ‘Nocturno de Chile’. Según la wikipedia, el propio autor sostenía que esa obra abordaba la historia más reciente de Chile como
    “un intento fallido de amnesia donde todos somos iguales, las sombras inocentes y los brutos malévolos, los personajes reales y ficticios, es decir, donde todos somos víctimas, sólo que de una forma indolora (…) [También trata] sobre el efecto del tiempo en las historias, sobre el lento progreso del olvido, que es una de las formas de la ocultación hacia la que con más gusto y puede que con más justificación tendemos”.
    Así pues, parece que las revisiones críticas son casi siempre otra tarea que dejamos pendiente para las generaciones que nos sucederán y que descubrirán con estupor de dónde proceden.

    Haz clic para acceder a 2000-nocturno-de-chile.pdf

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