La conciencia hace que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a falta de testigos, declara contra nosotros. MICHEL DE MONTAIGNE.
Ayer compareció en el Congreso de los Diputados, ante la comisión de investigación de la Dana, el recién dimitido presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón. Durante la comparecencia fue interrogado por representantes de los grupos políticos del Congreso, con situaciones de alta tensión cuando correspondía el turno a los partidos de izquierda.
En relación a ello, y tras leer, primero, y ver, después, algunos fragmentos de la comparecencia, apunté en mis redes sociales una crítica a las formas empleadas por Rufián, representante de ERC, extensiva a varios diputados más que incurrieron en una agresividad desmedida y, sobre todo, en insultos hacia el compareciente.
Concretamente, en facebook escribí lo siguiente:
«Lo de Mazón no tiene calificativos. Y lo hemos dicho por activa y por pasiva. Responsabilidad política máxima y ya veremos si penal también. Pero la intervención de Rufián en el Congreso es inaceptable. De ninguna manera un diputado puede caer en los insultos y la agresividad exhibida hoy por el diputado de ERC, otras veces tan sutil e irónico. Una cosa es vehemencia y otra pérdida total de las formas. Y, por lo que veo, otros diputados más de la oposición han incurrido en parecidos excesos.»
La reacción no se hizo esperar y, en breve, se llenó aquello de comentarios, mayormente críticos con mi posicionamiento, que, debo reconocer, me sorprendió un poco. Cierto que todos ellos en buen tono y manera, lo cual fue muy de agradecer. Por ello, me vi obligado a incorporar alguna matización complementaria a mi mensaje inicial, empezando por afirmar que uno espera de un diputado que sea capaz de prescindir de los insultos sin reducir un ápice el nivel de contundencia de su mensaje. Y Rufián es un buen ejemplo de ello, por su manejo y dominio de la ironía. No sé dónde está escrito que para ser contundente en la crítica haya que insultar y tampoco entiendo que se justifique lo que está mal en base a que el otro haya cometido un mal mayor.
Entendí perfectamente la discrepancia, sí, pero me quedó un regusto triste, al comprobar que mi valoración negativa respecto a las formas empleadas ayer por Rufián y otros diputados en el Congreso, con insultos y malas formas, fue interpretada como una atemperación de las críticas a Mazón, cuyos méritos para hacerse acreedor de insultos e improperios son, sin lugar a dudas, más que sobrados. Mi desacuerdo con las manifestaciones de Rufián y el resto de diputados radica en que no se profirieron en el salón de su casa, en la tasca o en la calle, sino en un espacio, el Congreso de los Diputados, que debería ser modelo de diálogo y respeto, aunque la deriva de la política, nos haya llevado a convertirlo en un improductivo espacio de zafiedad e intolerancia. Y eso, aunque lamentablemente sea habitual, no me parecerá nunca aceptable. Por mucho que pueda responder a una táctica deliberada para conseguir que la comparecencia de Mazón de ayer fuera especialmente recordada y tuviera una resonancia fuera de lo normal, como objetivo político, lo siento: así, no.
Este artículo fue publicado originalmente el día 12 de agosto de 2025 en el blog de Gogoan-por una memoria digna, asociación que defiende una memoria digna como derecho de las víctimas y de la sociedad vasca en general. Una memoria que deslegitime la violencia y que sea pedagógica para prevenir situaciones como las vividas en Euskal Herria los últimos 50 años.
Para evitar despistarnos con debates de tiempos pasados, diremos que, al menos en la última década, la situación de los presos de ETA se ajusta y respeta el marco legal vigente. No porque lo diga yo, claro está, sino porque así lo corroboran las resoluciones judiciales recaídas cuando una (Fiscalía) u otra parte (las defensas de los internos) han acudido a la vía judicial al entender que se vulneraba en algún extremo la legislación vigente.
En unas ocasiones, los tribunales han rechazado las peticiones planteadas y, en otras, las han aceptado, pero el resultado final solo se puede entender como una confirmación o restauración de la legalidad. El frecuente recurso a los tribunales europeos no ha modificado, sino al contrario, en lo sustancial esta valoración.
Una consecuencia de esta afirmación es que carece de fundamento una reivindicación de respeto de los derechos de las personas pertenecientes en su día a ETA que cumplen actualmente condena por delitos de terrorismo. Al menos, de fundamento jurídico.
Sí parece que pueda tener sentido lo que más probablemente constituya la auténtica pretensión de quienes aprovechan las aglomeraciones festivas del estío para hacer oír su voz con el eslogan “ETXERA”, que no es otra que modificar la actual legislación penitenciaria, para conseguir un trato similar al de los presos llamados comunes.
Reivindicar derechos cuando, en realidad, se defienden objetivos de política legislativa, tal vez no sea una triquiñuela (cada uno que piense lo que quiera), pero sí induce a la confusión. Mucha gente de buena fe no tolera una vulneración de derechos. Negar a las personas presas lo que por ley les corresponde no es aceptable para cualquier defensor de los derechos humanos. Pero si se respeta la ley, el marco constitucional y el de derechos humanos a nivel internacional, tal vez no se sienta impulsado a suscribir ninguna reivindicación tendente a modificar una norma con el único objetivo real de que sujetos que han cometido graves delitos terroristas regresen antes a CASA.
A esta consideración debe añadirse otra no menor. Valorando como legítima – faltaría más – la pretensión de modificar la normativa penitenciaria para suavizar los requisitos de acceso al tercer grado y la libertad condicional, evitando con ello las interpretaciones excesivamente rigoristas de la fiscalía de la Audiencia Nacional y de la propia sala, su síntesis en la expresión ETXERA contiene una connotación especialmente significativa.
La eliminación de la excepcionalidad en la normativa penitenciaria aplicable a las personas de ETA que cumplen condena puede ser un objetivo de justicia material que se concentra en la aplicación equitativa de la ley, en el acto de su aplicación en sí mismo.
Sin embargo, en la formulación que, como hemos señalado, sintetiza esta reivindicación, “ETXERA”, hay un indudable y entrañable aroma de cariño, dulzura, calor, paz… Una referencia de enorme simbolismo, la casa. Son connotaciones que exceden el ámbito de la estricta búsqueda de una opción justa en la aplicación de una ley, para desplazarla a sus consecuencias, aquellas que visualizan mejor el objetivo político perseguido. Es la recompensa merecida, el reconocimiento, el tributo.
No seré yo quien juzgue estas legítimas motivaciones si se mueven en el terreno de lo personal o, al menos, de lo privado. Pero, resultando tan evidentes, no puede sorprender a nadie que haya una parte de la ciudadanía de este país (lástima que, como siempre, tan minoritaria) que eleve su enérgica protesta cuando se traslada al ámbito público.
El error – y esto lo comparto con SARE – es acudir a ese concepto tan escurridizo de la humillación de las víctimas. Pues no. Es comprensible que a las víctimas les pueda doler y molestar, pero esto no va de asuntos privados y esferas particulares, sino de ética pública y de defensa de un concepto de valores de ciudadanía. Sencillamente es éticamente intolerable (ojalá lo fuera también políticamente) que continúen las exhibiciones de apoyo, enaltecimiento, condescendencia y comprensión hacia quienes, habiendo provocado tanto dolor y sufrimiento a la sociedad y habiendo perturbado en tal grado la convivencia de este país, no han mostrado hasta la fecha el más mínimo signo de contrición.
Porque también a la ética pública (además de a la legislación penitenciaria) corresponde dar un trato diferente, mejor, a la persona delincuente que ha sido capaz de realizar un recorrido de reflexión personal autocrítica, asumiendo su responsabilidad en el daño ocasionado y reconocido como injusto.
Y, honestamente, no hay ni un gramo de intencionalidad política en estas líneas.
Si hace 40 años me hablan de operación del corazón, me habría sonado al Dr. Barnard y Ciudad del Cabo. Aquel primer trasplante constituyó un hito histórico que dejó mucha huella. Yo lo recordaba de chaval, claro.
Y así fue como ocurrió exactamente. La mañana del 2 de abril de 1985 forma parte de esos momentos grabados de forma indeleble en mi memoria. Especialmente cuando llegó el primo Luis, radiólogo en Cruces, a comunicarme que “tenía la patata jodida” y que, tras unas pruebas, lo más probable es que tuvieran que operarme del corazón. Chúpate esa.
Es curioso que yo no crea mucho en el azar, porque el azar fue lo que me salvó la vida. Así, como suena.
Todo empezó la víspera de aquella mañana del 2 de abril. Jugué un partido de futbito con aquel glorioso equipo “Los de la Plaza”, que pregonaba orgulloso nuestras raíces laudiotarras. Antes de jugar, tomé una aspirina, porque me molestaba un poco la cabeza. El caso es que, por la noche, comencé a sentir dolor en el estómago, con vómitos y heces de color “posos de café”, esa denominación empleada en el argot médico cuando hay sangre.
A primera hora de la mañana del día siguiente, acudí al Servicio de Urgencias del ambulatorio y el bueno de Artiñano, el médico, me adelantó que sería una pequeña hemorragia estomacal de poca importancia, provocada por la aspirina, pero me recomendó que fuera al Hospital de Cruces para que me la controlaran. Así que, sin demora, aparecí en Urgencias de Cruces, donde me practicaron un lavado de estómago que confirmó la escasa entidad de mi hemorragia.
Pero cuando estás en Urgencias, te revisan las constantes básicas. Un médico me auscultó. Aún recuerdo su gesto de extrañeza y su pregunta ¿Tienes bien el corazón? ¡Ja! 24 años y como un torete. ¡Qué le voy a decir! Llamó a otro colega que le cogió el relevo para valorar lo que se oía en mi pecho. Seguido, una radiografía y un electrocardiograma. Apareció un cardiólogo. Y, por fin, cuatro horas después de haber entrado en el hospital, llegó mi primo Luis y, con él, el recuerdo de Barnard.
Volví a casa en una nube de irrealidad, sin ser plenamente consciente del significado de lo que había sucedido aquella mañana y de las repercusiones que podía tener en mi vida. Bueno, algo sí. Dejé de fumar ipso facto. El acojono ayuda que no veas.
Apenas un par de semanas después, me hicieron un ecocardiograma. El médico que estaba al cargo me hizo esperar y me llevó a un cardiólogo al que informó del resultado de la prueba. Tan urgente debió ver el asunto, que, a primeros del mes de mayo, ingresé en Cruces para hacerme un cateterismo.
Estuve una semana. La válvula aórtica no cerraba bien, cedida como estaba por la dilatación de la aorta que arranca allí mismo. Mi amiga la aorta, esa tubería principal encargada de repartir por el cuerpo la sangre debidamente oxigenada. Tenía un diámetro de algo más de siete centímetros en su parte ascendente, es decir, la colindante con el corazón. El límite máximo de la normalidad es de tres centímetros y medio. Así pues, el diagnóstico era aneurisma de aorta. Una dilatación más que severa, al punto de ruptura. Además, es una dolencia completamente asintomática. Simplemente no te enteras y cuando se rompe la arteria, te vas cagando leches, con perdón.
Lo que vieron en el cateterismo los médicos de Cruces debió tener tan mala pinta que no querían darme el alta sino operarme de inmediato. Tenían que sustituirme la válvula aórtica, pero con un trozo de salida de la propia aorta. Es decir, una prótesis compleja que aún no se había colocado en Cruces por aquella época.
Las circunstancias aconsejaron el traslado a Madrid para ponerme en manos del Dr. Rábago, cirujano cardíaco de la Clínica de la Concepción, Fundación Jiménez Díaz, que ya llevaba unas cuantas intervenciones similares.
El 12 de junio, apenas dos meses y medio después del partido de futbito y la bendita aspirina que me provocó la hemorragia estomacal (el azar) y la posterior visita a Urgencias, ingresé en “La Concha”, bien abrigado por los calores de un Madrid casi estival ya.
En todo el periplo de Madrid, siempre mi madre al lado. Cuidadora, entregada, entrañable. Desde el viaje en aquel expreso Costa Vasca, que salía de Llodio hacia las 23 horas y llegaba a Madrid a eso de las 7 horas del día siguiente, con tour de una hora de autobús al llegar por la capital del reino, porque nos confundimos de sentido al coger uno de ruta circular en la Plaza Castilla.
Siete días previos a la intervención. Estudios y análisis pertinentes. Encontrándome fenomenal, como me encontraba, fueron siete días de entretenimiento en el hospital. Escuchaba mucho “We are the world”, recién lanzada apenas un par de meses antes. Incluso algún día salimos a pasear por el Parque del Oeste. La víspera del día D me permití la licencia de volver a la infancia acompañando la juerga de un chaval de Sanlúcar de Barrameda, 11 años, vecino de habitación, que esperaba también una intervención cardíaca, tirando agua con una jeringuilla desde la ventana a la gente que pasaba.
El 19 de junio, a primera hora de la mañana, después de rasurarme entero, excepto la cabeza, me llevaron al quirófano. Me dejaron un rato solo en una sala contigua, antes de pasar. Probablemente, el momento más intenso de reflexión previo a la intervención. Conseguí acercarme al significado de no despertar después de la anestesia, a la idea de la nada. No diré que era miedo, pero sí una sensación de trascendencia muy especial.
Por fortuna, salió todo muy bien. Rábago era un auténtico maestro. Mis padres (mi padre llegó la víspera para estar presente) respiraron aliviados. Solo quedaba el posoperatorio y la recuperación.
Se dice que la memoria del ser humano tiende a suavizar el pasado y eliminar sus aspectos más dolorosos (Aunque también se puede afirmar lo contario cuando son recuerdos traumáticos). Lo cierto es que ahora, recordando aquellos días, solo me viene lo inquieto que estaba tras la operación, con una incomodidad creciente por el calor terrible de finales de junio y las ganas que tenía de volver a casa. No recuerdo dolor, ni molestias.
Paseaba a menudo por el pasillo de la planta del hospital, donde me cruzaba con otros pacientes intervenidos que también lucían su cremallera al aire, esa cicatriz en el esternón cruzada por los puntos de sutura. A mí me parecían todos muy mayores, claro. De hecho, antes de operarme los veía y me decía a mí mismo “cómo no voy a ser capaz de afrontar yo aquello si toda esa gente tan mayor ha pasado por ahí”. Una manera de fortalecer el ánimo.
Con tanto tiempo libre allí, daba para pensar mucho. Había algo recurrente: la duración de la prótesis que me habían colocado. Los viejillos no me iban a ayudar mucho, estaba claro. Yo tenía 24 y aspiraba a alguno más que aquellos compañeros de 60-70 años.
Se lo pregunté al médico cuando me dieron el alta, el 1 de julio. En realidad, le dije que esperaba que la válvula me durara 40 años, al menos. En aquel momento, me parecía toda una vida. Llegaba ya hasta «ser viejo». El doctor me dio una respuesta tan optimista como evasiva. Convenientemente traducida venía a ser un “Chi lo sa”. Normal, apenas llevaban unos pocos años colocando ese tipo de prótesis. No había aún experiencia suficiente sobre su duración.
De vuelta a casa, llegué pronto a hacer una vida prácticamente normal. Probablemente, demasiado normal. Estoy cerca del pódium de consumidores de sintrom, por antigüedad y por cantidad (calculo entre 28 y 29 kilos ingeridos en estos 40 años). Era el único recuerdo permanente del episodio. Hasta la cicatriz fue diluyéndose. Eso sí, cada 19 de junio he tenido un emotivo recuerdo de todo aquello. Casi siempre, centrado en la presencia de mi madre a mi lado aquellos días.
Y ahora, ya estoy ahí. Justo en ese momento de futuro que me intrigaba, 40 años después. Creía que iba a ser viejo, y ahora no me queda otra que reprochar a aquel jovenzuelo su atrevimiento y exageración. De cualquier manera, ha caducado el plazo deseado y me pregunto qué prórroga tendrá.
Lo curioso es que he vuelto a pasar por el quirófano – y en el mismo hospital – pero no por mi válvula vieja, sino por los caprichos de mi aorta, a la que le dio por dilatarse de nuevo 39 años después. Ahora llevo otro trozo de tubería artificial unida a la anterior.
Sea como fuere, lo importante es que hoy, justo hoy, hace 40 años, después de que el azar lo hiciera posible, volví a nacer. Y me sobran los motivos para celebrarlo.
Cualquier día, se irá y todo serán obituarios desbordantes, laudatorios, enaltecimientos y veneraciones. Se multiplicarán sus seguidores y adoradores y quien más quien menos querrá estar a la altura, demostrando saber dónde está Duluth y quién era Robert Allen Zimmerman.
Así que no voy a esperar y su reciente 84 cumpleaños me parece una inmejorable ocasión para recordar quién fue, ha sido, es y será, para mí, Bob Dylan.
Todo empezó el primer año del instituto. Franco había muerto en noviembre. El mundo empezaba a girar vertiginosamente dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Adolescentes en plena transición. En aquel tiempo, el cineclub de los frailes era uno de los ejes culturales de un Llodio que también despertaba. Películas de culto que alimentaban nuestro bagaje cultureta. Entonces nos apuntábamos a todo, ávidos de conocer, curiosear y aprender.
Un día anunciaron “Concierto para Blangla Desh”. La música ya era una parte importante de nuestras vidas, lo cual a esa edad y en aquellos años requiere poca explicación. Allá fuimos, por supuesto. Era, además, un concierto con fines humanitarios, para denunciar la pobreza que asolaba el país asiático y recaudar fondos para paliarla. Inició el asunto Ravi Shankar, un para nosotros desconocido músico indio muy amigo y admirado de George Harrison, este sí, familiar por su condición de beatle. Luego fue él mismo quien nos deleitó con alguno de sus reconocidos éxitos.
Y, en éstas, apareció en escena un tipo de pelo rizado, chamarra vaquera, guitarra acústica y armónica acoplada. Qué buena pinta para nosotros. Ojos y oídos abiertos y expectantes. Cantaba en inglés y nosotros veníamos de francés, pero los subtítulos ayudaban. Qué y cómo cantaba nos hipnotizó. Una mente de 15 años ayudaba a aumentar el impacto.
¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre antes de que le llames hombre? ¿Cuántos mares debe surcar una blanca paloma antes de que duerma en la arena? ¿Cuántas veces tienen que volar balas de cañón antes de que sean prohibidas para siempre? La respuesta, mi amigo, está flotando en el viento, La respuesta está flotando en el viento.
Embelesado.
Oh, ¿dónde has estado, mi hijo de ojos azules? Oh, ¿dónde has estado, mi querido jovencito? He tropezado con la ladera de doce montañas con niebla. He caminado y me he arrastrado por seis carreteras retorcidas. He pisado en el medio de siete bosques tristes. He estado frente a una docena de océanos muertos. Me he adentrado diez mil millas en la boca de un cementerio. Y va a ser fuerte, y va a ser fuerte, y va a ser fuerte, y va a ser fuerte, y va a ser fuerte la lluvia que va a caer
Rendido.
Si tuviera que señalar un momento de aquella actuación, sería, sin duda, la interpretación de Just like a woman, flanqueado ante el micrófono por George Harrison y Leon Russell, que se acercaban a corear el estribillo con él.
Diría que después de aquel descubrimiento, fue Jose quien, probablemente en algún viejo sanyo, nos acercó de nuevo al tipo del sombreo, la guitarra y la harmónica. Quiero creer que fue en Santa Águeda, un día hermoso de romería en primavera, en los alrededores de la ermita.
También en aquella época, un fin de semana de monte, alguien llevó un comediscos al Txarlazo. Aquel aparato portátil de efímera gloria que reproducía música insertando un disco de vinilo de 45 RPM. El dueño del aparato solo llevó un single: New morning, de Dylan, claro, así que cayeron cienes y cienes de reproducciones de las cuatro canciones del single.
Llegó 3º de BUP. Dylan había publicado hacía poco Desire, uno de sus LP’s más aclamados. La historia del boxeador Huracán Carter narrada en la hipnótica Hurricane nos fue descubierta por Julia, nuestra profesora de inglés que nos deleitó durante todo el curso con la traducción de canciones de Simon y Garfunkel, Donovan, Dylan, Joan Báez, Pynk Floyd… La canción me pareció sublime. Probablemente fue la primera con la que empecé a dar el coñazo a mis próximos.
Eran también los tiempos de La Viña y su máquina de discos, magistralmente alimentada por Nandi. Oh, Sister y Mozambique sonaban con frecuencia e insistencia, además de Hurricane, por supuesto. Muchas de estas evocaciones musicales vienen ya connotadas por aquellos primeros humos y algún que otro vapor etílico.
Cuando Dylan publicó Street legal ya estaba a la expectativa. Me había convertido en seguidor incondicional e empedernido.
En 1981 conseguí mi primer tocadiscos y con él inicié mi propia colección discográfica. Ayudó mucho que Belén trabajara en una tienda de discos. Tenía acceso a lo último del mercado, así como a los catálogos de las discográficas.
A lo largo del tiempo, poco a poco, fueron cayendo, un LP tras otro. The Freewheelin, Another Side of Bob Dylan, The Times They Are A-Changin, Blonde on Blonde… en un intento por hacerme con toda su discografía cronológicamente ordenada, al tiempo que adquiría también lo que iba publicando en aquel momento, Slow Train Coming, Shot of Love, el directo Bob Dylan at Budokan o el mismísimo y denostado Saved.
Sus canciones me acompañaban a diario durante horas, mientras pasaba a limpio los apuntes de las clases de derecho, arrimado junto a la ventana de mi cuarto, con la tentación de la calle a la vista. Escribía mientras me dejaba acariciar por esa auténtica maravilla, de principio a fin, que es la banda sonora de Pat Garret y Billy The Kid.
Tiempo más tarde tuve coche. Funcionaba con gasolina y música, simultáneamente. La voz rota y quejumbrosa de Dylan ocupaba allí un lugar distinguido. Esa misma frente a la cual Aitor no podía evitar el halago: “Vaya voz de hijoputa tiene…”. ¡Como si Peter Hammill tuviera la de Plácido Domingo! Reír ha sido siempre nuestro deporte favorito.
Por supuesto, no dejé pasar las oportunidades de verle en directo. En más de una decena de ocasiones he tenido el privilegio de asistir a sus conciertos, aprovechando la asiduidad con la que se ha prodigado en Euskadi. Las tres capitales vascas han sido escenario de no pocas actuaciones de Bob Dylan. Una excelente ocasión para compartir emociones con los fans y – sí, por qué no – fanáticos, del maestro.
Recuerdo un concierto en Vitoria, en cuyas postrimerías, los más entusiastas nos amontonamos junto al escenario para vivir con más intensidad el final. A mi lado, se oyó a uno: “Parece que ha esbozado una sonrisa. Hoy está a gusto”.
Y es que sí, Dylan ha sido siempre un personaje difícil de encasillar y complicado de escrutar. Poco amigo de hacer lo que los demás esperan de él. Huraño y arisco en el escenario las más de las veces. Sin comunicación habitual con el público, escucharle un “gracias” es un triunfo. Bueno… ¿Y qué? ¿Tiene que ser todo el mundo como Springsteen? Todos los dylanianos lo sabemos, lo conocemos y se lo perdonamos. Pues ya está.
Llegó la era del CD y la discografía se diversificó en ambos soportes. Creo que el último vinilo que compré fue Under The Red Sky, del año 1990, que, muy lejos de ser imparcial, califiqué de excelente, a pesar de no ser muy bien recibido por la crítica. Guardo especialmente un entrañable recuerdo de la canción Born in Time, en la que es nada menos que David Crosby quien le hace los coros.
Recuperé el vinilo para adquirir el triple LP del concierto organizado para celebrar el trigésimo aniversario de Dylan en la música y en el que participa una pléyade de músicos increíbles, interpretando canciones suyas.
A día de hoy, reposan en una estantería de mi casa 22 elepés y 16 cedes, además de un par de biografías, las memorias de Suze Rotolo, una de sus primeras chicas, que aparece en la mítica portada de The Freewheelin, agarrada a su brazo, y varios libretos con letras de sus canciones,.
El verano de 2012, Dylan dio un concierto en Bilbao, junto al Guggenheim, que fue muy especial para mí porque acudí con Markel. Supuso mucho.
La última vez que le vi en directo fue en Donosti, en verano de 2015.
Dylan se ha ido haciendo viejo y su voz se ha deteriorado, pero su maestría para hacer canciones ha seguido latiendo con fuerza. Mantiene esa extraordinaria capacidad, que ha sido constante a lo largo de su carrera, para reinventar cada una de sus canciones con nuevos ritmos e incluso melodías, convirtiéndolas, a veces, en irreconocibles, si no fuera por la letra.
En fin, no ha dejado de acompañarme nunca. A lo largo de los últimos 50 años, ha estado siempre ahí, con mayor o menor intensidad. Y sigue estando. Incluso he abandonado alguno de mis viejos prejuicios y acepto ya sin problemas buenas versiones de sus canciones (No puedo dejar de citar It’s ll over now, baby blue, de Then, con Van Morrison y Desolation Row de My Chemical Romance).
Para alguien tan nostálgico como yo, escuchar su voz, con su peculiar manera de cantar, el sonido de su guitarra y su armónica constituye un sublime suplicio. Ese sentimiento ambivalente tan característico de la nostalgia, que supone un profundo placer al tiempo que se te encoge el corazón. Inconscientemente vuelvo a la inocencia de aquel joven de 15 años de ilusión desbordante, con ganas de cambiar el mundo y toda la vida por delante para hacerlo. Sin saberlo yo, Dylan llegó a convertirse en el crisol de esos anhelos, que fueron marchitándose luego con el paso de los años y el inevitable choque con la realidad. Por todo eso, es para mí mucho más que mi gran referencia musical. Algo de lo que, sin duda, renegaría el propio cantante.
Un día, se morirá. Y me impactará, claro, como ya lo hizo en su momento la muerte de George Harrison. Escucharé entonces Forever Young para superar el duelo, consciente de que su música, a pesar de todo, seguirá siempre conmigo. De hecho, espero que ese siempre alcance también el momento de mis cenizas.
El día 18 del mes pasado, el Congreso de los Diputados aprobó, por unanimidad, el dictamen del Proyecto de Ley Orgánica por la que se modifica la Ley Orgánica 7/2014, de 12 de noviembre, sobre intercambio de información de antecedentes penales y consideración de resoluciones judiciales penales en la Unión Europea, para su adecuación a la normativa de la Unión Europea sobre el Sistema Europeo de Información de Antecedentes Penales (ECRIS).
Este Proyecto de Ley fue presentado a la cámara por el Gobierno y publicado en el Boletín Oficial de las Cortes Generales el día 22 de marzo de este mismo año.
A partir de ahí, se inició el trámite parlamentario establecido, que pasa por su remisión a la Comisión correspondiente – Justicia, en este caso – y la designación de los miembros de la ponencia para el trabajo con las enmiendas y elaboración de la propuesta de dictamen.
Presentadas las enmiendas por parte de los grupos parlamentarios que quisieron hacerlo, el Boletín Oficial de las Cortes del día 26 de junio publicó el listado definitivo. Entre ellas, la numerada con el 5, cuya autoría correspondía a SUMAR, de este tenor literal:
“Texto que se propone: Al artículo único. Se adiciona un nuevo apartado trece por el que se suprime y deroga la Disposición Adicional única de la Ley Orgánica 7/2014, de 12 de noviembre, apartado que tendrá la siguiente redacción: «Se deroga la Disposición Adicional única de la Ley Orgánica 7/2014, de 12 de noviembre, sobre intercambio de información de antecedentes penales y consideración de resoluciones judiciales penales en la Unión Europea.»
La mencionada Disposición Adicional Única cuya derogación se propone dice así:
“En ningún caso serán tenidas en cuenta para la aplicación de la presente Ley las condenas dictadas por un Tribunal de un Estado miembro de la Unión Europea con anterioridad al 15 de agosto de 2010«
Esta disposición fue añadida por el PP de Mariano Rajoy precisamente para impedir que las personas condenadas antes de agosto de 2010 – ETA anunció el cese definitivo de la violencia en octubre de 2011 – pudieran beneficiarse de un cómputo de penas más favorable.
Más importante fue aún la enmienda 4, que proponía devolver el art. 14 de esta LO 7/2014 a su redacción original en el Proyecto de Ley Orgánica de 2014 que luego se convirtió en la LO 7/2014. En dicho artículo no se excluía la aplicación del principio de equivalencia de las condenas europeas con las nacionales a los casos de acumulación de penas impuestas en distintas sentencias por distintos delitos.
Dice la justificación de la enmienda que esta “elimina las limitaciones para mejorar la efectividad de la Decisión Marco 2008/675/JAI introducidas por la Ley Orgánica 7/2014, de 12 de noviembre, para la fase de ejecución de la condena”, “Se recupera así el criterio del Consejo General del Poder Judicial y el Consejo de Estado en sus informes preceptivos elaborados en la tramitación del Anteproyecto de Ley” y “se pretende hacer compatible la norma de transposición de la Decisión Marco 2008/675/JAI del Consejo con los principios de unidad, primacía y eficacia que caracterizan al derecho de la Unión Europea, homogeneizando la aplicación del principio de equivalencia de efectos, y con el objetivo de alcanzar los fines establecidos por el Derecho originario: crear un espacio de libertad, seguridad y justicia.”
La tramitación parlamentaria del Proyecto de Ley se llevó a cabo, como puede comprobarse, con luz y taquígrafos. Vamos, que no fue «a ciegas». Todos los grupos parlamentarios, sus diputados, los 125 asesores del PP y Vox, las asociaciones y cualquier persona interesada, tuvieron información puntual y detallada de las enmiendas presentadas al texto, incluida la que hemos destacado anteriormente, a través de la publicación de estos textos en la web del Congreso y en el Boletín Oficial de las Cortes Generales.
El 12 de septiembre, el mismo Boletín Oficial publicó el Informe aprobado por la Ponencia, que propone a la Comisión, por mayoría, la aceptación de todas las enmiendas presentadas exceptuando tres, entre las que no se encontraba la ya comentada anteriormente. Es decir, la Ponencia dictaminó a favor de las enmiendas de SUMAR que suponían la derogación de la Disposición Adicional Única de la Ley Orgánica 7/201 y la vuelta a la redacción original del artículo 14.
Posteriormente, como hemos dicho, el Pleno del Congreso aprobó el 18 de septiembre, por unanimidad (por tanto, con los votos de la derecha y la extrema derecha), el texto del Proyecto de Ley y, consecuentemente, la reforma de la Ley Orgánica 7/2014, en los términos indicados.
Por último, pasó al Senado, donde tampoco ninguno de los senadores, ni sus asesores, fueron conscientes del cambio y no presentaron ni veto ni enmienda alguna, abocando al Proyecto de Ley a viajar directo desde el Senado al BOE.
Esta reforma supone, como ya hemos dicho, la posibilidad de computar el tiempo cumplido en otro país de la UE en las liquidaciones de condena de cualquier persona presa en España, lo cual obviamente incluye también el tiempo de prisión en Francia u otro país de la UE en los condenados por terrorismo. En las codenas impuestas en países de fuera de la UE en general nunca ha habido problema.
Pues bien, ayer mismo, 7 de octubre, nada menos que 21 días después, alguien (estaría bien despejar esta identidad) reparó en las consecuencias de la actuación legislativa descrita, lo cual fue publicado por El Confidencial. A buen seguro, se llevaría las manos a la cabeza al percatarse del error cometido por los partidos de derecha, que fueron los promotores justamente de los retoques de la norma en el Senado en septiembre de 2014, en la redacción original proyectada por el Gobierno de Rajoy. Tal vez, compartiera su desazón con otras personas y, a lo mejor, se preguntaron qué hacer. Algunos medios de comunicación próximos al pensamiento conservador ofrecieron su respuesta.
La orquestación de una campaña que parecía tener el objetivo de librar al PP – o mitigar, cuando menos – de la vergüenza provocada por su grave negligencia parlamentaria, desplazando el reproche máximo hacia el Gobierno, a base de imputarle el empleo de argucias y añagazas parlamentarias para ¿engañar? al resto de partidos.
Es llamativo el empeño de todos ellos en atribuir al Gobierno una voluntad torticera y de engaño en esta “maniobra”, a juzgar por los términos empleados: “Moncloa cuela”, “Reforma legal que ha colado el Gobierno”, “La Cámara Baja la aprobó a ciegas”, “El Gobierno cuela de rondón la reforma penal”, “El Gobierno cuela por la puerta de atrás” …
Además, soslayando que el principio de equivalencia se aplica en toda la UE a cualquier persona, como si esta fuera una triquiñuela destinada sólo a 44 presos de ETA.
Sin embargo, la realidad es tozuda y, como se desprende con claridad de los hechos relatados, evidencia lo absurdo de esta imputación, al menos en lo que se refiere al engaño o la ocultación, que solo habrían sido posibles contando con un nivel de negligencia de la oposición absolutamente inimaginable. ¿Cómo pensar que una enmienda tan clara y transparente como la ya citada, podía pasar desapercibida para los parlamentarios del PP y VOX presentes en la Comisión de Justicia o incluso posteriormente en el Pleno, así como a toda su pléyade de asesores?
Sin ir más lejos, la AVT se pronunció sobre el asunto en estos términos: «¿De verdad nadie se ha dado cuenta de que la modificación de la ley orgánica 7/2014, sobre intercambio de información de antecedentes penales y consideración de resoluciones penales en la Unión Europea, afectaba también a los etarras? ¿No hay nadie al volante en este país?»
La propia AVT había advertido hace años que este cambio legal se estaba fraguando. El PNV ya había presentado una propuesta en este sentido que decayó. Igualmente, el Grupo Parlamentario Confederal de Unidas Podemos-En Comú Podem-Galicia en Común presentó una Proposición que estuvo en fase de Toma en consideración desde el 31 de mayo de 2021, pero fue retirada el 30 de marzo de 2022.
La mencionada asociación de víctimas del terrorismo presentó el 4 de febrero de 2022 un dossier sobre el posible cómputo de las condenas francesas a personas presas por delitos de terrorismo de ETA (https://avt.org/es/n/2298/la-avt-pbesenta-su-dossieb-sobbe-el-posible-cmputo-de-las-condenas-fbancesas-a-etabbas). Según la AVT eran unas 48 personas encarceladas en España las que podrían lograr que el tiempo de prisión cumplido en Francia sirviera para el cumplimiento del máximo de cumplimiento efectivo conforme a la legislación española; además se podrían sumar seis o siete que aún estaban cumpliendo sus penas en Francia. La AVT incluso organizó una manifestación para oponerse a esta posible reforma legal.
Resulta incomprensible que nadie, ni fuera ni dentro del Congreso y del Senado se diera cuenta de que esta modificación legal estaba en marcha.
Por si fuera poco, muy «clandestino» no debía ser el asunto, cuando el mismo día 16 de septiembre algunos diarios jurídicos digitales, como es el caso de La Ley, publicaron la noticia de la reforma, comentando ya en ese momento los efectos mencionados.
Conclusión: es difícil ocultar la clamorosa negligencia de los parlamentarios de la derecha en este asunto. Ni siquiera con imputaciones tan ampliamente coreadas en algunos medios como desproporcionadas y, en buena parte, injustificadas al Gobierno y su maldad intrínseca.
Es difícil soslayar en este asunto la responsabilidad de los medios que ayer salieron en tromba titulando el supuesto “engaño” del Gobierno y desdibujando la negligencia del PP.
Sería injusto poner fin a estos comentarios sin aludir al fondo del asunto. Y tengo que empezar dejando muy claro el profundo malestar que me produce el hecho de que la reforma legal aprobada beneficie a personajes de la catadura moral de Txapote y otros, que me parecen auténticos miserables.
Pero, a renglón seguido, afirmo mi conformidad absoluta con el contenido de la reforma.
Hace ya unos años que la Unión Europa consideró que era razonable, conveniente y de justicia asumir el principio en virtud del cual todo Estado miembro ha de atribuir a una condena pronunciada en otro Estado miembro efectos equivalentes a los atribuidos a las condenas dictadas por sus órganos jurisdiccionales nacionales.
En España, este principio fue asumido de forma ampliamente mayoritaria y aplicado por el Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional, pero el PP incorporó una excepción durante la tramitación en el Senado de su propio proyecto de ley, para excluir su aplicación a los presos de ETA (con el efecto de excluirla para cualquier otro por cualquier delito, por ejemplo el caso de Fórum Filatélico en Portugal al excluir su aplicación a los presos de ETA).
¿Qué razón justificaba dicha excepción? Única y exclusivamente retrasar la excarcelación de los presos de ETA más allá de lo que las leyes españolas y europeas establecían. Ni hubo, ni hay, rubor en admitir que esa fue la única razón, entre otras cosas, porque es un objetivo que podría compartir la inmensa mayoría de la sociedad española, ajena a consideraciones legales y a supuestas exigencias de un estado de derecho. Defenderlo no solo no tenía coste político, sino que recibía aplauso generalizado.
Pero lo cierto es que no hay argumento que justifique la excepción mencionada. Supone que se tenga en cuenta una condena impuesta en Huelva, pero no una impuesta en Viena, por ejemplo, en contra de lo que prevé la normativa europea. Supone que, en Francia, por ejemplo, sí se tenga en cuenta una condena impuesta en España, pero en España no se tenga en cuenta la condena francesa, lo cual, por cierto, estaba generando cierto malestar.
La reforma aprobada el mes pasado deja sin efecto una disposición que nació solo para evitar que beneficiara a los etarras y eso, aunque me joda – que me jode – no me parece bien en un Estado de Derecho que debe regir su comportamiento atendiendo al principio de interdicción de la arbitrariedad.
Además, con la reforma se reconoce en su integridad el principio de equivalencia de las resoluciones judiciales de los Estados Miembros de la Unión Europea, respondiendo con ello mejor a los principios de humanidad de las penas, proporcionalidad y resocialización, como ocurre en el resto de la Unión Europea.
El asunto se enmaraña por la inveterada renuncia a la dimensión pedagógica de la política. Sería profundamente lamentable que esta reforma legal, que tanto revuelo ha causado, fuera fruto del chalaneo político y no de decisiones políticas valientes respecto a las que conviene una necesaria pedagogía.
Cuando uno está convencido de la bondad de lo que hace, debe explicarlo con vehemencia, buscando convencer o, cuando menos, encontrar comprensión. Ser proactivos en la justificación de los actos propios evita las especulaciones y las sospechas, al tiempo que transmite profundidad y firmeza en las convicciones, algo muy necesario en la política de hoy en día. Y eso va por el Gobierno, sobre todo.
Agradezco expresamente el impagable asesoramiento jurídico de Txabi Etxebarria, una de las personas que, por su trabajo profesional, mejor conoce los aspectos jurídicos de este asunto.
Más de aquellos 16 años. Corría 1977. Fui al cine a ver «Ha nacido una estrella», versión recién estrenada con Barbra Streisand de protagonista y, mira tú por donde, salí encantado con el tipo que protagonizó la peli con ella. Se llamaba Kris Kristofferson y me gustó su pinta y su manera de cantar.
El año siguiente, confirmé mis amores, nuevamente en el cine, al ver «Convoy», de Sam Peckinpah y al amigo Kris, de camionero protagonista.
Con posterioridad, supe que esa canción que adoré desde que la escuché por primera vez, en la voz de la inigualable Janis Joplin, era suya. Sí, ésa, «Me and Bobby McGee». De Kristofferson.
El resto de su trayectoria musical y cinematográfica no llegó a interesarme demasiado. Pero los mencionados no son pocos motivos para dibujar una mueca de tristeza esta mañana de lunes, en la que he sabido que aquella estrella que nació para mí hace 47 años, se ha apagado. El LP con la banda sonora de «Ha nacido una estrella» fue elegido aquel año por un grandísimo amigo como regalo para su chica. También él se fue hace años y aquellas canciones se convirtieron en nostalgia dolorosa que revive ahora. Una pérdida acerca el recuerdo de la otra.
Cada vez más, esto va de despedidas. Ya, ya sé, es ley de vida, pero qué mierda. De momento, otro dinosaurio que se va.
He querido recuperar estas líneas que publiqué en facebook hace caso ocho años ya. Aunque sean tan escasas y breves. Fijar memoria por escrito me está pareciendo una muy buena idea .
El sabor del viejo «España» sigue el mismo camino que el del viejo Lauri o el de la Viña. Es ley de vida. Corren los años y todos vamos pasando. Ahora le toca a Ángel, por jubilación, como hace un par de años fue Carlis, por prescripción médica. El último Bengoa deja hoy mismo el lado de la barra en el que le hemos conocido toda la vida. Incontables las horas vividas (sí, digo bien, vividas), en esa tasca, donde no solo se bebía o se degustaba su inigualable pintxo de tortilla, sino que se cantaba o, sobre todo, se jugaba a cartas. Siempre una buena charleta contando con la permanente magnífica disposición a ella de los Bengoa. Te echaremos de menos, Ángel.
No haré un panegírico de él porque no podría evitar ser injusto por defecto, incapaz de recoger todos los motivos de alabanza y reconocimiento que atesoraba. Tan solo quiero destacar los dos espacios que tuve la fortuna de compartir con él de manera más intensa.
La creación del grupo de Gesto por la Paz de Llodio, allá por un lejano 1988. Tiempos difíciles en los que no dudó en sumar su enorme capacidad intelectual y su dedicación personal a aquel proyecto valiente y atrevido quere era la organización pacifista.
Y la participación en la Comisión Gestora que hubo de formarse en la Cofradía Sant Roque, también de Llodio, cuando en marzo de 2009 se produjo la crisis por la necesidad de modificar sus estatutos para que participaran las mujeres en la comida de hermandad. No solo no dudó en incorporarse a dicha Comisión, sino que asumió después la responsabilidad de ser mayordomo de la Cofradía durante 13 años.
He dicho que no quería extenderme, pero sí quiero señalar públicamente que José Luis Navarro Lecanda, que nos dejó ayer, era un hombre esencialmente culto y comprometido, como lo atestiguan modestamente las dos menciones anteriores, dos eslabones tan solo de una trayectoria vital marcada siempre por su vocación de compromiso con los demás.
Cuando el grupo de jóvenes integrantes de la organización Euskadi Ta Askatasuna (ETA) apostó, a finales de los años sesenta por el uso de la violencia en el País Vasco, para luchar contra la dictadura del General Franco y defender un proyecto político independentista y socialista, difícilmente podían imaginar de qué manera su decisión iba a condicionar el futuro del país que decían defender.
ETA encontró en la lucha armada el factor determinante para dotar de relevancia y eficacia a una lucha política que apenas inquietaba al férreo sistema policial del régimen de Franco, cómodamente instalado en la represión de cualquier disidencia.
Y en eso, acertaron. En un contexto de dictadura que se prolongaba en el tiempo, sin visos de cambios relevantes y, por tanto, con ausencia de libertades, las acciones de ETA fueron recibidas con simpatía, cuando no júbilo, por parte de amplios sectores sociales y políticos del antifranquismo.
En ambientes de izquierda y antifascista de las grandes urbes españolas y en una buena parte de la sociedad vasca, animada por sectores tanto nacionalistas como progresistas, se aplaudía la audacia de aquellos jóvenes y, sobre todo, el efecto de inquietud, incomodidad y preocupación que alteraron la calma de los últimos años del régimen.
El asesinato del almirante Carrero Blanco, jefe del Gobierno y previsible sucesor del Caudillo, constituyó un punto álgido de ese movimiento de simpatía hacia ETA. Muchos vieron más cerca el fin de la dictadura, más allá de la inminencia de la muerte del dictador.
Basta recordar las romerías y verbenas de Euskadi en la segunda mitad de los años setenta y el simbolismo de los jerseys, txapelas o pañuelos lanzados al aire en el momento en que así lo indicaba la conocida tonadilla del “Voló, voló, Carrero voló”, imitando el efecto de la potente bomba que acabó con la vida del almirante el 20 de diciembre de 1973, en pleno centro de Madrid.
Acabar con la dictadura y conseguir la libertad era un objetivo largamente ansiado por amplios sectores de la izquierda española y, desde luego, por la vasca. Ello generó un efecto sordina que amortiguó o, incluso anuló, las reticencias morales que los efectos de la violencia provocaban, en términos de pérdida de vidas humanas. El fin justificaba los medios.
Con la entrada en vigor de la Constitución de 1978 y la implantación de los pilares de una democracia formal al uso en occidente, la inmensa mayoría de los partidos políticos vascos aceptaron, de mejor o peor grdo, el nuevo régimen democrático y se dispusieron a participar de lleno en él. No así Herri Batasuna, el brazo político de ETA. La organización armada entendió que había motivos para continuar con la lucha armada y así lo hizo. De hecho, intensificó su actividad hasta extremos desconocidos hasta entonces.
Si en la década que va desde su primer asesinato, el 7 de junio de 1968 al guardia civil José Pardines, hasta finales de diciembre de 1978, ETA asesinó a 139 personas, en los tres años siguientes, los primeros de la recién estrenada democracia fueron 203.
Esta decisión implicó, ya en aquel momento, la reacción de algunos sectores del progresismo vasco y español, que valoraron el grave error que suponía la decisión de ETA y mostraron públicamente su oposición a sus acciones.
La primera mitad de la década de los ochenta se caracterizó por una actividad frenética de la organización terrorista, con un asesinato cada tres días, prácticamente. Una época calificada como “los años de plomo”, en la que la actividad de ETA se solapaba con los últimos estertores del terrorismo de extrema derecha y el surgimiento de la guerra sucia con el terrorismo de estado de los GAL.
Una parte de la sociedad vasca seguía apoyando las acciones y la estrategia de ETA. El clima social era proclive a la organización. Estaban los miembros de los comandos, pero también los colaboradores, los informadores, los que daban cobijo, los que apoyaban las manifestaciones, los cargos electos, los activistas en los centros de trabajo, en los colegios, en las universidades y en cualquier otro espacio de convivencia social. Una tupida red como sostén de la lucha armada.
El clima vivido no permitía fácilmente la disidencia. Mucho menos la resistencia. Cabía el apoyo directo o indirecto a la violencia y luego el miedo, la indiferencia, la cobardía, el silencio.
En el ámbito político sí había muestras de oposición a la violencia. Se organizaron las primeras manifestaciones en la calle, siendo la primera de todas ellas una convocada por el Partido Comunista de Euskadi, en junio de 1978. Vinieron después otras, algunas de ellas convocadas desde las instituciones, con respuestas importantes de participación. Era evidente que también había en Euskadi mucha gente que rechazaba la violencia, aunque solo se atreviera a demostrarlo en el anonimato de una manifestación multitudinaria.
En ese contexto, comienzan a surgir pequeños movimientos aislados de protesta ciudadana. Iniciativas dispersas e inconexas, nacidas desde el ámbito religioso, educativo o simplemente social, que trasladan al ámbito público el rechazo frontal a esa violencia que impregnaba el País Vasco.
Estas iniciativas funcionaron como semillas, que germinaron en un acto de protesta perfectamente definido y con vocación de permanencia en el tiempo, cada vez que se producía una muerte como consecuencia de la violencia política. Fue el gesto por la paz, una concentración silenciosa de 15 minutos detrás de una pancarta con un lema sencillo, comprensible, muy básico y asumible desde el punto de vista ético. Nació en el colegio Escolapios de Bilbao. En noviembre de 1985 llevaron a cabo el primer “gesto por la paz”.
Seguidamente fueron surgiendo nuevos grupos en centros educativos, pueblos y barrios de Bizkaia, grupos que asumieron la misma filosofía y metodología de protesta, haciendo suyo el “gesto por la paz”. Poco a poco fueron contactando y estableciendo complicidades organizativas, llegando a la creación de la Coordinadora Gesto por la Paz, que tras fusionarse con otros grupos que surgieron en Gipuzkoa, acabó siendo, en 1989, la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria.
Esta organización pacifista extendió sus grupos a lo largo y ancho de la geografía de Euskadi y Navarra. Siempre con la misma filosofía: concentraciones silenciosas en entornos próximos a la ciudadanía, al día siguiente de producirse una muerte como consecuencia de la violencia política. No hacía falta convocatorias. La gente ya sabía que eran siempre a la misma hora y en el mismo lugar. La organización era sencilla: bastaba que un par de personas llevaran la pancarta, siempre la misma, y la extendieran en el momento de empezar los 15 minutos de silencio. La gente se congregaba detrás espontáneamente y permanecía en silencio, hasta que, cumplido el plazo establecido, los portadores de la pancarta la plegaban y la gente se dispersaba, siempre con la esperanza de que aquella fuera la última vez.
Presidida por el silencio, el único mensaje de la concentración era el texto de la pancarta. “¿Por qué no la paz?” O simplemente “Queremos la Paz”. El silencio era el mejor cauce de expresión para transmitir algo tan elemental como el rechazo al ejercicio de la violencia como medio para defender un proyecto político.
Además, el silencio era el espacio en el que podían reconocerse y confluir personas con ideologías diferentes. Izquierdas y derechas, conservadores y progresistas, nacionalistas vascos o españolistas. El denominador común, lo que unía a todos tras la pancarta era justamente ese silencio que pedía paz y rechazaba la violencia. La protesta era eminentemente ética y prepartidista.
Otra característica del gesto por la paz fue la dosis de osadía que suponía abandonar el anonimato. No se trataba de convocar a la gente a una gran manifestación o concentración, sino de acercar a la ciudadanía la posibilidad de expresar su protesta contra la violencia. El gesto por la paz era un cauce público de expresión ciudadana deliberadamente próximo a las posibilidades de la gente.
Se creaban grupos en cada barrio y en cada pueblo. Cerca del ciudadano. No una concentración con mucha gente sino muchas concentraciones en muchos lugares, aunque fuera con pocas personas cada una. El objetivo era empapar de paz esas mismas calles donde campaba a sus ancas el apoyo y la justificación de la violencia o, simplemente, el miedo y la indiferencia. Romper ese monopolio.
Cierto es que implicaba una cierta dosis de valentía porque no estaba exento de riesgo la significación personal que suponía colocarse detrás de la pancarta ante tus vecinos, en un contexto donde todo el mundo se conoce, y en un clima social tan dominado por los violentos.
Otro elemento identificativo fundamental del gesto por la paz era que se realizaba siempre que se produjera una muerte como consecuencia de la violencia política. Esto incluía también, por supuesto, a la ejercida por otros grupos como el GAL, pero también las muertes accidentales sufridas por los propios terroristas cuando, por ejemplo, les explotaba la bomba que iban a colocar.
Esta circunstancia no siempre fue entendida por algunos sectores, pero Gesto por la Paz lo tuvo claro desde el principio y lo defendió con contundencia siempre: la protesta seguía teniendo sentido, porque esas muertes se producían también como consecuencia de la decisión de utilizar la violencia para defender ideas políticas y porque, en definitiva, se defendía el derecho a la vida frente a la sinrazón de la violencia.
La consolidación de la organización del movimiento pacifista coincidió en el tiempo con el Pacto de Ajuria Enea, firmado en el año 1988, un gran acuerdo entre todos los partidos políticos del arco parlamentario, a excepción de Herri Batasuna, el brazo político de ETA, como ya hemos señalado anteriormente.
Lo sustancial de este acuerdo fue la nitidez con que se trazó una línea divisoria entre quienes habían apostado por el sistema democrático y quienes no lo hacían, continuando con su apoyo a la estrategia político-militar y, por tanto, a la violencia. Se reivindicaba la exclusividad de los acuerdos políticos para los partidos y las instituciones democráticas y la defensa del diálogo como única herramienta para gestionar y resolver conflictos políticos.
El Pacto de Ajuria Enea constituyó un paraguas político que facilitó el desarrollo del movimiento pacifista. Sus postulados eran coincidentes en su dimensión ética y su desarrollo fue sinérgico.
2.- LA DOCTRINA DE GESTO POR LA PAZ
Con el transcurrir de los años, la Coordinadora Gesto por la Paz no solo creció en organización, proliferando grupos en pueblos y barrios, sino que también desarrolló un proceso de maduración ideológica, elaborando doctrina a base de posicionamientos sobre cuestiones diversas relacionadas con la violencia, sus causas y consecuencias.
Temprana fue su vinculación con los derechos humanos. Tomar como referencia el conjunto de valores universales que subyacen a las declaraciones y pactos internacionales fue una decisión automática, casi de inercia. La defensa del derecho a la vida por encima de cualquier otra consideración era la base del posicionamiento ético del gesto.
También enraizados en la doctrina de los derechos humanos hubo otros pronunciamientos. Por ejemplo, el rechazo y la denuncia de las prácticas policiales contrarias a dichas normas universales. No podemos olvidar que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado de los primeros años de la democracia eran las mismas que las del franquismo, sin que se produjera en su seno la transición que sí experimentó el sistema de libertades políticas.
Gesto por la Paz se significó públicamente en contra de las torturas practicadas en el contexto de la lucha contraterrorista ya en sus primeros años de organización, exigiendo la investigación en los casos en que había indicios o evidencias. También reclamó modificaciones legislativas que permitieran una mayor protección de los derechos de las personas detenidas y el final de legislaciones excepcionales que favorecían la existencia de espacios de inmunidad. Por último, se denunciaron públicamente algunos casos concretos de malos tratos y torturas en los que las evidencias eran muy sólidas.
El objetivo era sencillo: la lucha contraterrorista debía ajustarse a parámetros de legalidad democrática y de respeto a los derechos humanos, en todos los órdenes. Esta máxima condujo también a la organización pacifista a analizar y valorar la política penitenciaria seguida por el Gobierno de España con respecto a los miembros de ETA que cumplían condena de privación de libertad. Dicha política se caracterizó, desde 1987, por la dispersión y el alejamiento de los presos de ETA de sus lugares de domicilio, en el País Vasco.
El proceso de reflexión abierto en Gesto por la Paz sobre este asunto arrojó una relevante aportación al debate público, al distinguir con rotundidad entre el alejamiento y la dispersión. Gesto por la Paz no rechazó esta última, pero sí la primera. Separar a los presos de la organización que cumplían condena, distribuyéndolos en distintos centros penitenciarios y en distintos módulos, no conculcaba ningún derecho humano ni principio humanitario. Alejar a una persona que cumple condena a centenares de kilómetros de su lugar de residencia carecía de justificación alguna y constituía un castigo añadido a sus familiares, carentes de culpa alguna, que habían de recorrer largas distancias para poder visitar a los presos allegados.
Este posicionamiento público se tradujo en actos públicos de carácter reivindicativo, además de la actividad de difusión a través de los medios de comunicación.
Otra de las cuestiones que constituyeron una notable aportación teórica de Gesto por la Paz al debate público en Euskadi, fue su análisis de la relación entre la situación de violencia que padecía la sociedad vasca y el conflicto político subyacente. La teoría de los dos conflictos.
Desde el comienzo de su apuesta por la lucha armada, ETA y el conjunto de organizaciones sociales y políticas que conformó su entorno justificaron el uso de la violencia a partir de la existencia de un conflicto político cuya resolución era condición necesaria e indispensable para el final de la violencia. La lucha armada existía como una consecuencia necesaria de la no resolución de ese conflicto político. Una relación causal inevitable e indisoluble.
Definido el conflicto político como la negación por parte de España del ejercicio del derecho de autodeterminación para el País Vasco, solo el reconocimiento y la materialización de este derecho podía poner fin al uso de las armas.
Pues bien, a mediados de los años noventa, Gesto por la Paz desarrolló una reflexión teórica que refutaba de raíz este planteamiento, poniendo al descubierto su carácter tramposo.
Aceptando la existencia de un conflicto político, aunque pudiera ser definido en otros términos, y como pueden existir otros muchos conflictos de diversa naturaleza en nuestra sociedad, su vinculación con el uso de la violencia solo era considerada como necesaria e inevitable por quienes voluntariamente habían apostado por la estrategia violenta.
Para Gesto por la Paz era imprescindible abordar el problema de la violencia al margen de la cuestión de la soberanía. Afirmaba que no había relación necesaria, para la mayoría de la población vasca, entre violencia y soberanía. Y ello era así porque se podía mantener una lectura política de la realidad en clave de conflicto de soberanía rechazando taxativamente la violencia y ello tanto antes, como durante y tras la violencia.
Por tanto, rechazaba resolver el problema de la violencia antes de resolver el problema de la soberanía, así como resolver el problema de la violencia para así resolver el problema de la soberanía y, mucho más, resolver el problema de la soberanía antes de o para resolver el problema de la violencia.
Sostuvo Gesto por la Paz que la violencia de ETA no era un síntoma o consecuencia de ningún problema político (salvo en un sentido de explicación histórica: ETA vincula su nacimiento a un problema político), sino un problema en sí misma. El problema político derivado de la reivindicación de un modelo de relaciones con el Estado distinto del actual, debía resolverse por cauces y procedimientos estrictamente políticos.
En definitiva, la decisión de tomar las armas fue plenamente libre y voluntaria. Ningún conflicto político obligaba a hacerlo.
Gesto por la Paz defendió con tenacidad esta idea, apostando por la pedagogía social para desmontar el argumentario que alimentaba la justificación de los terroristas y quienes les apoyaban. Esta reflexión tuvo un importante calado en el debate político, al hacer suyo el análisis una buena parte de los partidos democráticos.
El aspecto educativo reclamó también la atención de la organización pacifista. Parecía claro que incidir en las nuevas generaciones, para inculcar el rechazo a la violencia y la apuesta radical por los derechos humanos, el diálogo y la tolerancia era una prioridad. Educar para la Paz fue un apartado de la actividad de Gesto que generó semilla. Una semilla que, años después, se concretaría en un programa impulsado por el propio Gobierno Vasco, de presencia de víctimas del terrorismo en las aulas de centros de enseñanza media, para ejemplificar ante los jóvenes y adolescentes, el valor del diálogo, el respeto y la tolerancia, a partir del sufrimiento creado por la violencia, transmitido por quienes la sufrieron de forma directa.
En otro orden de cosas, el cambio de estrategia adoptado por ETA en la segunda mitad de los años noventa, asumiendo lo que se denominó la doctrina de la socialización del sufrimiento, supuso la ampliación del abanico de posibles objetivos para los atentados. Así, políticos, periodistas o jueces, pasaron a vivir amenazados por la violencia. El sistema democrático en Euskadi pasó unos años sometido a durísimas tensiones.
Gesto por la Paz reaccionó a esta situación acuñando el término “violencia de persecución”, en alusión a lo que constituía una auténtica persecución ideológica. Bajo el eslogan “Si te amenazan, nos agreden”, lanzó una campaña de solidaridad con los colectivos de personas amenazadas que se veían obligadas a llevar escolta en su vida cotidiana, así como de denuncia de esta anómala situación en un país democrático. Falta de libertad, baja calidad democrática.
El Partido Popular y el Partido Socialista atravesaron momentos dramáticos pues el asesinato de sus representantes convertía la militancia pública en dichos partidos en un acto poco menos que heroico. Era evidente la inferioridad de condiciones para defender sus proyectos políticos en Euskadi, especialmente en pueblos pequeños. Desde el 23 de enero de 1995, fecha del asesinato de Gregorio Ordóñez, portavoz del Partido Popular del País Vasco y candidato a la alcaldía de San Sebastián, ETA acabó con la vida de 15 políticos vascos, muchos de ellos meros concejales de pueblo.
Gesto por la Paz era un movimiento pacifista, pero plenamente consciente de que no hay paz sin libertad, un binomio inseparable e imprescindible para la convivencia de una sociedad.
Por último, pero en lugar preminente para Gesto por la Paz, están las víctimas del terrorismo; de todos los terrorismos.
Hasta la segunda mitad de los años noventa, las víctimas del terrorismo vivieron completamente invisibilizadas. Apenas significaban nada para el conjunto de la sociedad, tanto vasca como española. Y lo que es peor, tampoco para las instituciones, que carecieron de políticas de apoyo a las personas que habían padecido la violencia bien directamente, sobreviviendo, o bien indirectamente con la pérdida de un ser querido.
Solo a finales de siglo, como consecuencia de diversos factores, entre los cuáles hay que destacar el dramático secuestro y asesinato del joven concejal del Partido Popular, Miguel Ángel Blanco, las víctimas comenzaron poco a poco a ocupar un lugar más central en el espacio público. Se aprobaron las primeras legislaciones de apoyo y solidaridad reales hacia ellas y su papel evolucionó hacia su consideración como auténticos sujetos titulares de derechos.
Gesto por la Paz no fue ajena a esta evolución. Puede decirse que también llegó tarde a la consideración de las personas que habían sufrido la violencia. Eso sí, cuando lo hizo, empleó la contundencia moral que le caracterizaba y pronto asumió que el testimonio de estas personas era un factor esencial para la sensibilización y concienciación social frente a la violencia, así como en el avance hacia la deslegitimación del terrorismo.
Nuevamente la organización actuó como cauce facilitador y amplificador de las voces de las víctimas del terrorismo, empeñado en acercar a la ciudadanía vasca la realidad de su padecimiento, como vacuna contra la violencia. Al mismo tiempo, expresión de su solidaridad con ellas, sufridoras directas de un mal que tenía como destinatario último justamente el conjunto de la sociedad.
3.- EL FINAL DE LA VIOLENCIA, EL FINAL DE GESTO POR LA PAZ.
Por fin, el 20 de octubre de 2011, ETA declaró el cese definitivo de su actividad violenta. La denominada “batalla del relato”, que ya existía durante la vida activa de la organización terrorista, abrió un nuevo capítulo, dedicado en esta ocasión, a las causas de este desistimiento de ETA.
Parece difícilmente cuestionable que la eficacia policial de los últimos años fue determinante en el debilitamiento de la capacidad operativa de la banda. Igualmente, decisivas fueron la cooperación internacional y la acción judicial.
Especialmente relevante fue la pérdida de apoyo social, bastión esencial de ETA durante toda su existencia. Y como complemento de esta disminución de apoyos, el rechazo directo, rotundo y claro de la mayoría de la sociedad vasca. El pueblo al que ETA decía defender.
Pero ese rechazó, como se ha explicado aquí, no fue siempre tan evidente. En el resultado final, algo aportó el trabajo de una organización como Gesto por la Paz. Por eso, el final de la violencia fue sentido, en parte, como algo propio, por sus miembros, que el 11 de febrero del año siguiente, 2012, organizaron su última manifestación, bajo el eslogan “Lortu dugu (lo hemos conseguido). El futuro es nuestro”.
Finalmente, el 1 de junio de 2013, Gesto por la Paz cumplió su deseo más largamente anhelado: celebró su acto de disolución. Aquel día, se dio lectura a este manifiesto:
Hoy, decimos adiós a una de las experiencias que más estimamos de nuestras vidas. Este es el día que más deseamos desde el principio y, sin embargo, cuando ha llegado, sentimos que algo importante se desgaja de nuestros corazones.
Creemos, sinceramente, que, como ciudadanos de a pie, hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para hacer frente al fenómeno de la violencia y a sus indeseables efectos. El prisma de los derechos humanos y los principios democráticos ha sido nuestra única herramienta, la que nos ha permitido construir una voz propia llena de luz, sensibilidad y matices. Desde la infinita solidaridad con las víctimas, que encarnan el ataque que iba dirigido contra todos nosotros, hasta la exigencia para que el estado de Derecho fuera escrupuloso en su respuesta ante el terror, Gesto por la Paz siempre ha desarrollado actitudes y pensamientos que pudieran servir para compartir los mínimos éticos de la convivencia. Y, aunque, tal vez, aún, resulte inaccesible para quienes lo ven todo desde el cálculo partidista, esa voz forma parte, ya, de los significados más luminosos que cimentarán el futuro de nuestra sociedad.
Poder decir adiós con este esplendor en la conciencia constituye la parte jubilosa de nuestra celebración. Pero, a lo largo de los 28 años en que desarrollamos toda esa tarea, casi sin darnos cuenta, también hemos ido creando lazos entre nosotros que son los que, hoy, nos entristece deshacer. Muy a menudo se nos ha presupuesto valentía y coraje y, paradójicamente, es, en este momento final, cuando más los vamos a necesitar. Ni la costumbre y ni la nostalgia nos van a impedir que, una vez más, hagamos lo que creemos más justo y sincero. Hoy, consiste en irnos como vinimos. Nos disolvemos en la sociedad siendo ciudadanos absolutamente anónimos, absolutamente plurales y absolutamente libres.
Estos son nuestros últimos minutos y, por una vez, vamos a permitirnos el capricho de dejar de lado el pudor. Nunca hemos expresado públicamente nuestro orgullo por pertenecer a Gesto por la Paz. No teníamos ni tiempo ni las condiciones para poder manifestarlo, pero hoy es el día… …
HOY ES EL DÍA de proclamarlo ante todo el mundo. Nos sentimos dichosos de haber podido formar parte de ese grupo de gente que supo levantarse de la postración ética que sufría nuestra sociedad para emprender el camino hacia el horizonte de la dignidad humana. Queremos agradecer a todas las personas que se sumaron a alguna de nuestras convocatorias su apoyo y su compañía. Gracias a ellas, la iniciativa de Gesto por la Paz no se quedó en el sueño de unos locos y pudo convertirse en el clamor mayoritario de quienes queríamos vivir en paz y libertad, incluso aunque nuestros proyectos políticos tuvieran diferencias antagónicas.
Hoy, al despedirnos, regresaremos a nuestras casas de una forma diferente. Pero, ya desde ese mismo instante, la memoria estará susurrándonos al oído nuestra experiencia en Gesto por la Paz. Y ese susurro es el que quedará vivo más allá de nosotros mismos, como parte de todos los futuros que busquen el progreso en la convivencia humana. Muchas gracias y hasta siempre.
Yo fui una de las personas que participó activamente en Gesto por la Paz desde el año 1988, cuando colaboré en la creación del grupo de mi pueblo, Llodio.
Es difícil narrar una experiencia así, plena de emociones y de sentimientos. Para la mayoría de nosotros, no fue solo un camino hacia la paz. También se convirtió en un camino hacia el respeto, la tolerancia, los derechos humanos…Vivimos la militancia como una auténtica escuela de vida. Crecimos en todos los sentidos. Sufrimos, reímos, lloramos, acompañamos, nos indignamos, abrazamos, protestamos, resistimos…
Con el paso de los años, trabajando por una memoria que contribuya a deslegitimar la violencia, un grupo de personas que compartimos activismo en Gesto por la Paz, sentimos la necesidad de dejar nuestro legado en forma algo más tangible y accesible. Quisimos recopilar nuestros pensamientos y nuestras acciones, el obrar y el pensar, en un medio como el audiovisual. Por eso, nos lanzamos, pandemia mediante, a producir un documental sobre Gesto por la Paz. Su título es la síntesis de lo que fuimos. La esencia de nuestra identidad: Un gesto que hizo sonar el silencio.
Hoy se cumplen 20 años del mayor atentado terrorista cometido en España. Un día para recordar, sobre todo, a todas las víctimas de aquella tragedia, muertos y supervivientes. También la ejemplar reacción de bomberos, policías, sanitarios, taxistas, psicólogos, forenses y el pueblo de Madrid, en general.
Igualmente necesario recordar hoy a los mayores mentirosos de la política española y los medios de comunicación en las últimas décadas: Aznar, Acebes, Michavila, Losantos, Urdaci, PJ Ramírez… Ninguno de ellos ha pedido perdón, ni se ha disculpado, ni siquiera ha reconocido su error. Y aún hoy, colean gentes que siguen sosteniendo teorías conspirativas, que no han hecho sino añadir dolor a las víctimas del atentado.
Y para recordar y abrazar a una persona imprescindible: Pilar Manjón, cuyo ejemplo de decencia, honestidad, coherencia y lucidez, le granjeó la nauseabunda enemistad de tantos indecentes que la convirtieron en diana de sus miserables invectivas.
En Euskadi, al vergonzoso alivio que sentimos muchos vascos al constatar que aquella monstruosidad no había sido obra de «nuestros» asesinos, se unió la conciencia posterior de que la tragedia contribuyó al desprestigio social del uso de la violencia. Un empujón más hacia el final de ETA.