La Viña

Atribuyen a Rilke, el poeta, la expresión “Mi patria es mi infancia”, que causó después fortuna entre otras mucha gentes. Yo ampliaré la mía a la adolescencia y primera juventud, tiempos de flores abiertas a la vida, descubrimientos, ilusiones y torbellinos emocionales. En medio de todo ello, hubo espacios que cobraron una trascendencia singular en nuestras vidas. Uno de ellos se me va ahora. Se va, como se fueron y se van otros trocitos de corazón, con el transcurrir de los años: los edificios, los lugares, las personas…La nostalgia se abre paso con andar poderoso.

Nuestros primeros vinos (antes que la cerveza), las partidas de cartas, el refugio de las piras de clase, el lugar de reunión y, sobre todo, la música. La emoción intensa a través de la jukebox de la esquina, junto a la ventana, entre humos de tabaco y sabores etílicos. Descubriendo la vida al son de Lou Reed, Dylan, Chicago, Cat Stevens, Pynk Floyd o Benito Lertxundi. Fue un espacio mágico durante los años del gran vértigo individual, grupal y social. Más adelante, siguió siendo el remanso tranquilo para la charla, la buena música o la juerga con el baile, cuando la ocasión era propicia.

lavina

La sombra del abnegado trabajo, a lo largo de más de cuarenta años, de Fernando, de Edurne, de Pantxi, de MariLuz, de Sara y de Nandi desaparece físicamente de la esquina donde lucía para los demás. Ahora me queda el consuelo de que jamás se borrará del corazón de tantos llodianos como hemos tenido el privilegio y el placer de incorporarlo a nuestra pequeña patria vital.

Publicado en Aiaraldea, Laudio, 21 de octubre de 2015.

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