Un gesto que hizo sonar el silencio (con permiso de Ana Rosa)

1.- EL NACIMIENTO DE UNA ORGANIZACIÓN PACIFISTA

Cuando el grupo de jóvenes integrantes de la organización Euskadi Ta Askatasuna (ETA) apostó, a finales de los años sesenta por el uso de la violencia en el País Vasco, para luchar contra la dictadura del General Franco y defender un proyecto político independentista y socialista, difícilmente podían imaginar de qué manera su decisión iba a condicionar el futuro del país que decían defender.

ETA encontró en la lucha armada el factor determinante para dotar de relevancia y eficacia a una lucha política que apenas inquietaba al férreo sistema policial del régimen de Franco, cómodamente instalado en la represión de cualquier disidencia.

Y en eso, acertaron. En un contexto de dictadura que se prolongaba en el tiempo, sin visos de cambios relevantes y, por tanto, con ausencia de libertades, las acciones de ETA fueron recibidas con simpatía, cuando no júbilo, por parte de amplios sectores sociales y políticos del antifranquismo.

En ambientes de izquierda y antifascista de las grandes urbes españolas y en una buena parte de la sociedad vasca, animada por sectores tanto nacionalistas como progresistas, se aplaudía la audacia de aquellos jóvenes y, sobre todo, el efecto de inquietud, incomodidad y preocupación que alteraron la calma de los últimos años del régimen.

El asesinato del almirante Carrero Blanco, jefe del Gobierno y previsible sucesor del Caudillo, constituyó un punto álgido de ese movimiento de simpatía hacia ETA. Muchos vieron más cerca el fin de la dictadura, más allá de la inminencia de la muerte del dictador.

Basta recordar las romerías y verbenas de Euskadi en la segunda mitad de los años setenta y el simbolismo de los jerseys, txapelas o pañuelos lanzados al aire en el momento en que así lo indicaba la conocida tonadilla del “Voló, voló, Carrero voló”, imitando el efecto de la potente bomba que acabó con la vida del almirante el 20 de diciembre de 1973, en pleno centro de Madrid.

Acabar con la dictadura y conseguir la libertad era un objetivo largamente ansiado por amplios sectores de la izquierda española y, desde luego, por la vasca. Ello generó un efecto sordina que amortiguó o, incluso anuló, las reticencias morales que los efectos de la violencia provocaban, en términos de pérdida de vidas humanas. El fin justificaba los medios.

Con la entrada en vigor de la Constitución de 1978 y la implantación de los pilares de una democracia formal al uso en occidente, la inmensa mayoría de los partidos políticos vascos aceptaron, de mejor o peor grdo, el nuevo régimen democrático y se dispusieron a participar de lleno en él. No así Herri Batasuna, el brazo político de ETA. La organización armada entendió que había motivos para continuar con la lucha armada y así lo hizo. De hecho, intensificó su actividad hasta extremos desconocidos hasta entonces.

Si en la década que va desde su primer asesinato, el 7 de junio de 1968 al guardia civil José Pardines, hasta finales de diciembre de 1978, ETA asesinó a 139 personas, en los tres años siguientes, los primeros de la recién estrenada democracia fueron 203.

Esta decisión implicó, ya en aquel momento, la reacción de algunos sectores del progresismo vasco y español, que valoraron el grave error que suponía la decisión de ETA y mostraron públicamente su oposición a sus acciones.

La primera mitad de la década de los ochenta se caracterizó por una actividad frenética de la organización terrorista, con un asesinato cada tres días, prácticamente. Una época calificada como “los años de plomo”, en la que la actividad de ETA se solapaba con los últimos estertores del terrorismo de extrema derecha y el surgimiento de la guerra sucia con el terrorismo de estado de los GAL.

Una parte de la sociedad vasca seguía apoyando las acciones y la estrategia de ETA. El clima social era proclive a la organización. Estaban los miembros de los comandos, pero también los colaboradores, los informadores, los que daban cobijo, los que apoyaban las manifestaciones, los cargos electos, los activistas en los centros de trabajo, en los colegios, en las universidades y en cualquier otro espacio de convivencia social. Una tupida red como sostén de la lucha armada.

El clima vivido no permitía fácilmente la disidencia. Mucho menos la resistencia. Cabía el apoyo directo o indirecto a la violencia y luego el miedo, la indiferencia, la cobardía, el silencio.

En el ámbito político sí había muestras de oposición a la violencia. Se organizaron las primeras manifestaciones en la calle, siendo la primera de todas ellas una convocada por el Partido Comunista de Euskadi, en junio de 1978. Vinieron después otras, algunas de ellas convocadas desde las instituciones, con respuestas importantes de participación. Era evidente que también había en Euskadi mucha gente que rechazaba la violencia, aunque solo se atreviera a demostrarlo en el anonimato de una manifestación multitudinaria.

En ese contexto, comienzan a surgir pequeños movimientos aislados de protesta ciudadana. Iniciativas dispersas e inconexas, nacidas desde el ámbito religioso, educativo o simplemente social, que trasladan al ámbito público el rechazo frontal a esa violencia que impregnaba el País Vasco.

Estas iniciativas funcionaron como semillas, que germinaron en un acto de protesta perfectamente definido y con vocación de permanencia en el tiempo, cada vez que se producía una muerte como consecuencia de la violencia política. Fue el gesto por la paz, una concentración silenciosa de 15 minutos detrás de una pancarta con un lema sencillo, comprensible, muy básico y asumible desde el punto de vista ético. Nació en el colegio Escolapios de Bilbao. En noviembre de 1985 llevaron a cabo el primer “gesto por la paz”.

Seguidamente fueron surgiendo nuevos grupos en centros educativos, pueblos y barrios de Bizkaia, grupos que asumieron la misma filosofía y metodología de protesta, haciendo suyo el “gesto por la paz”. Poco a poco fueron contactando y estableciendo complicidades organizativas, llegando a la creación de la Coordinadora Gesto por la Paz, que tras fusionarse con otros grupos que surgieron en Gipuzkoa, acabó siendo, en 1989, la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria.

Esta organización pacifista extendió sus grupos a lo largo y ancho de la geografía de Euskadi y Navarra. Siempre con la misma filosofía: concentraciones silenciosas en entornos próximos a la ciudadanía, al día siguiente de producirse una muerte como consecuencia de la violencia política. No hacía falta convocatorias. La gente ya sabía que eran siempre a la misma hora y en el mismo lugar. La organización era sencilla: bastaba que un par de personas llevaran la pancarta, siempre la misma, y la extendieran en el momento de empezar los 15 minutos de silencio. La gente se congregaba detrás espontáneamente y permanecía en silencio, hasta que, cumplido el plazo establecido, los portadores de la pancarta la plegaban y la gente se dispersaba, siempre con la esperanza de que aquella fuera la última vez.

Presidida por el silencio, el único mensaje de la concentración era el texto de la pancarta. “¿Por qué no la paz?” O simplemente “Queremos la Paz”. El silencio era el mejor cauce de expresión para transmitir algo tan elemental como el rechazo al ejercicio de la violencia como medio para defender un proyecto político.

Además, el silencio era el espacio en el que podían reconocerse y confluir personas con ideologías diferentes. Izquierdas y derechas, conservadores y progresistas, nacionalistas vascos o españolistas. El denominador común, lo que unía a todos tras la pancarta era justamente ese silencio que pedía paz y rechazaba la violencia. La protesta era eminentemente ética y prepartidista.

Otra característica del gesto por la paz fue la dosis de osadía que suponía abandonar el anonimato. No se trataba de convocar a la gente a una gran manifestación o concentración, sino de acercar a la ciudadanía la posibilidad de expresar su protesta contra la violencia. El gesto por la paz era un cauce público de expresión ciudadana deliberadamente próximo a las posibilidades de la gente.

Se creaban grupos en cada barrio y en cada pueblo. Cerca del ciudadano. No una concentración con mucha gente sino muchas concentraciones en muchos lugares, aunque fuera con pocas personas cada una. El objetivo era empapar de paz esas mismas calles donde campaba a sus ancas el apoyo y la justificación de la violencia o, simplemente, el miedo y la indiferencia. Romper ese monopolio.

Cierto es que implicaba una cierta dosis de valentía porque no estaba exento de riesgo la significación personal que suponía colocarse detrás de la pancarta ante tus vecinos, en un contexto donde todo el mundo se conoce, y en un clima social tan dominado por los violentos.

Otro elemento identificativo fundamental del gesto por la paz era que se realizaba siempre que se produjera una muerte como consecuencia de la violencia política. Esto incluía también, por supuesto, a la ejercida por otros grupos como el GAL, pero también las muertes accidentales sufridas por los propios terroristas cuando, por ejemplo, les explotaba la bomba que iban a colocar.

Esta circunstancia no siempre fue entendida por algunos sectores, pero Gesto por la Paz lo tuvo claro desde el principio y lo defendió con contundencia siempre: la protesta seguía teniendo sentido, porque esas muertes se producían también como consecuencia de la decisión de utilizar la violencia para defender ideas políticas y porque, en definitiva, se defendía el derecho a la vida frente a la sinrazón de la violencia.

La consolidación de la organización del movimiento pacifista coincidió en el tiempo con el Pacto de Ajuria Enea, firmado en el año 1988, un gran acuerdo entre todos los partidos políticos del arco parlamentario, a excepción de Herri Batasuna, el brazo político de ETA, como ya hemos señalado anteriormente.

Lo sustancial de este acuerdo fue la nitidez con que se trazó una línea divisoria entre quienes habían apostado por el sistema democrático y quienes no lo hacían, continuando con su apoyo a la estrategia político-militar y, por tanto, a la violencia. Se reivindicaba la exclusividad de los acuerdos políticos para los partidos y las instituciones democráticas y la defensa del diálogo como única herramienta para gestionar y resolver conflictos políticos.

El Pacto de Ajuria Enea constituyó un paraguas político que facilitó el desarrollo del movimiento pacifista. Sus postulados eran coincidentes en su dimensión ética y su desarrollo fue sinérgico.

2.- LA DOCTRINA DE GESTO POR LA PAZ

Con el transcurrir de los años, la Coordinadora Gesto por la Paz no solo creció en organización, proliferando grupos en pueblos y barrios, sino que también desarrolló un proceso de maduración ideológica, elaborando doctrina a base de posicionamientos sobre cuestiones diversas relacionadas con la violencia, sus causas y consecuencias.

Temprana fue su vinculación con los derechos humanos. Tomar como referencia el conjunto de valores universales que subyacen a las declaraciones y pactos internacionales fue una decisión automática, casi de inercia. La defensa del derecho a la vida por encima de cualquier otra consideración era la base del posicionamiento ético del gesto.

También enraizados en la doctrina de los derechos humanos hubo otros pronunciamientos. Por ejemplo, el rechazo y la denuncia de las prácticas policiales contrarias a dichas normas universales. No podemos olvidar que las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado de los primeros años de la democracia eran las mismas que las del franquismo, sin que se produjera en su seno la transición que sí experimentó el sistema de libertades políticas.

Gesto por la Paz se significó públicamente en contra de las torturas practicadas en el contexto de la lucha contraterrorista ya en sus primeros años de organización, exigiendo la investigación en los casos en que había indicios o evidencias. También reclamó modificaciones legislativas que permitieran una mayor protección de los derechos de las personas detenidas y el final de legislaciones excepcionales que favorecían la existencia de espacios de inmunidad. Por último, se denunciaron públicamente algunos casos concretos de malos tratos y torturas en los que las evidencias eran muy sólidas.

El objetivo era sencillo: la lucha contraterrorista debía ajustarse a parámetros de legalidad democrática y de respeto a los derechos humanos, en todos los órdenes. Esta máxima condujo también a la organización pacifista a analizar y valorar la política penitenciaria seguida por el Gobierno de España con respecto a los miembros de ETA que cumplían condena de privación de libertad. Dicha política se caracterizó, desde 1987, por la dispersión y el alejamiento de los presos de ETA de sus lugares de domicilio, en el País Vasco.

El proceso de reflexión abierto en Gesto por la Paz sobre este asunto arrojó una relevante aportación al debate público, al distinguir con rotundidad entre el alejamiento y la dispersión. Gesto por la Paz no rechazó esta última, pero sí la primera. Separar a los presos de la organización que cumplían condena, distribuyéndolos en distintos centros penitenciarios y en distintos módulos, no conculcaba ningún derecho humano ni principio humanitario. Alejar a una persona que cumple condena a centenares de kilómetros de su lugar de residencia carecía de justificación alguna y constituía un castigo añadido a sus familiares, carentes de culpa alguna, que habían de recorrer largas distancias para poder visitar a los presos allegados.

Este posicionamiento público se tradujo en actos públicos de carácter reivindicativo, además de la actividad de difusión a través de los medios de comunicación.

Otra de las cuestiones que constituyeron una notable aportación teórica de Gesto por la Paz al debate público en Euskadi, fue su análisis de la relación entre la situación de violencia que padecía la sociedad vasca y el conflicto político subyacente. La teoría de los dos conflictos.

Desde el comienzo de su apuesta por la lucha armada, ETA y el conjunto de organizaciones sociales y políticas que conformó su entorno justificaron el uso de la violencia a partir de la existencia de un conflicto político cuya resolución era condición necesaria e indispensable para el final de la violencia. La lucha armada existía como una consecuencia necesaria de la no resolución de ese conflicto político. Una relación causal inevitable e indisoluble.

Definido el conflicto político como la negación por parte de España del ejercicio del derecho de autodeterminación para el País Vasco, solo el reconocimiento y la materialización de este derecho podía poner fin al uso de las armas.

Pues bien, a mediados de los años noventa, Gesto por la Paz desarrolló una reflexión teórica que refutaba de raíz este planteamiento, poniendo al descubierto su carácter tramposo.

Aceptando la existencia de un conflicto político, aunque pudiera ser definido en otros términos, y como pueden existir otros muchos conflictos de diversa naturaleza en nuestra sociedad, su vinculación con el uso de la violencia solo era considerada como necesaria e inevitable por quienes voluntariamente habían apostado por la estrategia violenta.

Para Gesto por la Paz era imprescindible abordar el problema de la violencia al margen de la cuestión de la soberanía. Afirmaba que no había relación necesaria, para la mayoría de la población vasca, entre violencia y soberanía. Y ello era así porque se podía mantener una lectura política de la realidad en clave de conflicto de soberanía rechazando taxativamente la violencia y ello tanto antes, como durante y tras la violencia.

Por tanto, rechazaba resolver el problema de la violencia antes de resolver el problema de la soberanía, así como resolver el problema de la violencia para así resolver el problema de la soberanía y, mucho más, resolver el problema de la soberanía antes de o para resolver el problema de la violencia.

Sostuvo Gesto por la Paz que la violencia de ETA no era un síntoma o consecuencia de ningún problema político (salvo en un sentido de explicación histórica: ETA vincula su nacimiento a un problema político), sino un problema en sí misma. El problema político derivado de la reivindicación de un modelo de relaciones con el Estado distinto del actual, debía resolverse por cauces y procedimientos estrictamente políticos.

En definitiva, la decisión de tomar las armas fue plenamente libre y voluntaria. Ningún conflicto político obligaba a hacerlo.

Gesto por la Paz defendió con tenacidad esta idea, apostando por la pedagogía social para desmontar el argumentario que alimentaba la justificación de los terroristas y quienes les apoyaban. Esta reflexión tuvo un importante calado en el debate político, al hacer suyo el análisis una buena parte de los partidos democráticos.

El aspecto educativo reclamó también la atención de la organización pacifista. Parecía claro que incidir en las nuevas generaciones, para inculcar el rechazo a la violencia y la apuesta radical por los derechos humanos, el diálogo y la tolerancia era una prioridad. Educar para la Paz fue un apartado de la actividad de Gesto que generó semilla. Una semilla que, años después, se concretaría en un programa impulsado por el propio Gobierno Vasco, de presencia de víctimas del terrorismo en las aulas de centros de enseñanza media, para ejemplificar ante los jóvenes y adolescentes, el valor del diálogo, el respeto y la tolerancia, a partir del sufrimiento creado por la violencia, transmitido por quienes la sufrieron de forma directa.

En otro orden de cosas, el cambio de estrategia adoptado por ETA en la segunda mitad de los años noventa, asumiendo lo que se denominó la doctrina de la socialización del sufrimiento, supuso la ampliación del abanico de posibles objetivos para los atentados. Así, políticos, periodistas o jueces, pasaron a vivir amenazados por la violencia. El sistema democrático en Euskadi pasó unos años sometido a durísimas tensiones.

Gesto por la Paz reaccionó a esta situación acuñando el término “violencia de persecución”, en alusión a lo que constituía una auténtica persecución ideológica. Bajo el eslogan “Si te amenazan, nos agreden”, lanzó una campaña de solidaridad con los colectivos de personas amenazadas que se veían obligadas a llevar escolta en su vida cotidiana, así como de denuncia de esta anómala situación en un país democrático. Falta de libertad, baja calidad democrática.  

El Partido Popular y el Partido Socialista atravesaron momentos dramáticos pues el asesinato de sus representantes convertía la militancia pública en dichos partidos en un acto poco menos que heroico. Era evidente la inferioridad de condiciones para defender sus proyectos políticos en Euskadi, especialmente en pueblos pequeños. Desde el 23 de enero de 1995, fecha del asesinato de Gregorio Ordóñez, portavoz del Partido Popular del País Vasco y candidato a la alcaldía de San Sebastián, ETA acabó con la vida de 15 políticos vascos, muchos de ellos meros concejales de pueblo.

Gesto por la Paz era un movimiento pacifista, pero plenamente consciente de que no hay paz sin libertad, un binomio inseparable e imprescindible para la convivencia de una sociedad.

Por último, pero en lugar preminente para Gesto por la Paz, están las víctimas del terrorismo; de todos los terrorismos.

Hasta la segunda mitad de los años noventa, las víctimas del terrorismo vivieron completamente invisibilizadas. Apenas significaban nada para el conjunto de la sociedad, tanto vasca como española. Y lo que es peor, tampoco para las instituciones, que carecieron de políticas de apoyo a las personas que habían padecido la violencia bien directamente, sobreviviendo, o bien indirectamente con la pérdida de un ser querido.

Solo a finales de siglo, como consecuencia de diversos factores, entre los cuáles hay que destacar el dramático secuestro y asesinato del joven concejal del Partido Popular, Miguel Ángel Blanco, las víctimas comenzaron poco a poco a ocupar un lugar más central en el espacio público. Se aprobaron las primeras legislaciones de apoyo y solidaridad reales hacia ellas y su papel evolucionó hacia su consideración como auténticos sujetos titulares de derechos.

Gesto por la Paz no fue ajena a esta evolución. Puede decirse que también llegó tarde a la consideración de las personas que habían sufrido la violencia. Eso sí, cuando lo hizo, empleó la contundencia moral que le caracterizaba y pronto asumió que el testimonio de estas personas era un factor esencial para la sensibilización y concienciación social frente a la violencia, así como en el avance hacia la deslegitimación del terrorismo.

Nuevamente la organización actuó como cauce facilitador y amplificador de las voces de las víctimas del terrorismo, empeñado en acercar a la ciudadanía vasca la realidad de su padecimiento, como vacuna contra la violencia. Al mismo tiempo, expresión de su solidaridad con ellas, sufridoras directas de un mal que tenía como destinatario último justamente el conjunto de la sociedad.

3.- EL FINAL DE LA VIOLENCIA, EL FINAL DE GESTO POR LA PAZ.

Por fin, el 20 de octubre de 2011, ETA declaró el cese definitivo de su actividad violenta. La denominada “batalla del relato”, que ya existía durante la vida activa de la organización terrorista, abrió un nuevo capítulo, dedicado en esta ocasión, a las causas de este desistimiento de ETA.

Parece difícilmente cuestionable que la eficacia policial de los últimos años fue determinante en el debilitamiento de la capacidad operativa de la banda. Igualmente, decisivas fueron la cooperación internacional y la acción judicial.

Especialmente relevante fue la pérdida de apoyo social, bastión esencial de ETA durante toda su existencia. Y como complemento de esta disminución de apoyos, el rechazo directo, rotundo y claro de la mayoría de la sociedad vasca. El pueblo al que ETA decía defender.

Pero ese rechazó, como se ha explicado aquí, no fue siempre tan evidente. En el resultado final, algo aportó el trabajo de una organización como Gesto por la Paz. Por eso, el final de la violencia fue sentido, en parte, como algo propio, por sus miembros, que el 11 de febrero del año siguiente, 2012, organizaron su última manifestación, bajo el eslogan “Lortu dugu (lo hemos conseguido). El futuro es nuestro”.

Finalmente, el 1 de junio de 2013, Gesto por la Paz cumplió su deseo más largamente anhelado: celebró su acto de disolución. Aquel día, se dio lectura a este manifiesto:

Hoy, decimos adiós a una de las experiencias que más estimamos de nuestras vidas. Este es el día que más deseamos desde el principio y, sin embargo, cuando ha llegado, sentimos que algo importante se desgaja de nuestros corazones.

Creemos, sinceramente, que, como ciudadanos de a pie, hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance para hacer frente al fenómeno de la violencia y a sus indeseables efectos. El prisma de los derechos humanos y los principios democráticos ha sido nuestra única herramienta, la que nos ha permitido construir una voz propia llena de luz, sensibilidad y matices. Desde la infinita solidaridad con las víctimas, que encarnan el ataque que iba dirigido contra todos nosotros, hasta la exigencia para que el estado de Derecho fuera escrupuloso en su respuesta ante el terror, Gesto por la Paz siempre ha desarrollado actitudes y pensamientos que pudieran servir para compartir los mínimos éticos de la convivencia. Y, aunque, tal vez, aún, resulte inaccesible para quienes lo ven todo desde el cálculo partidista, esa voz forma parte, ya, de los significados más luminosos que cimentarán el futuro de nuestra sociedad.

Poder decir adiós con este esplendor en la conciencia constituye la parte jubilosa de nuestra celebración. Pero, a lo largo de los 28 años en que desarrollamos toda esa tarea, casi sin darnos cuenta, también hemos ido creando lazos entre nosotros que son los que, hoy, nos entristece deshacer. Muy a menudo se nos ha presupuesto valentía y coraje y, paradójicamente, es, en este momento final, cuando más los vamos a necesitar. Ni la costumbre y ni la nostalgia nos van a impedir que, una vez más, hagamos lo que creemos más justo y sincero. Hoy, consiste en irnos como vinimos. Nos disolvemos en la sociedad siendo ciudadanos absolutamente anónimos, absolutamente plurales y absolutamente libres.

Estos son nuestros últimos minutos y, por una vez, vamos a permitirnos el capricho de dejar de lado el pudor. Nunca hemos expresado públicamente nuestro orgullo por pertenecer a Gesto por la Paz. No teníamos ni tiempo ni las condiciones para poder manifestarlo, pero hoy es el día… …

HOY ES EL DÍA de proclamarlo ante todo el mundo. Nos sentimos dichosos de haber podido formar parte de ese grupo de gente que supo levantarse de la postración ética que sufría nuestra sociedad para emprender el camino hacia el horizonte de la dignidad humana. Queremos agradecer a todas las personas que se sumaron a alguna de nuestras convocatorias su apoyo y su compañía. Gracias a ellas, la iniciativa de Gesto por la Paz no se quedó en el sueño de unos locos y pudo convertirse en el clamor mayoritario de quienes queríamos vivir en paz y libertad, incluso aunque nuestros proyectos políticos tuvieran diferencias antagónicas.

Hoy, al despedirnos, regresaremos a nuestras casas de una forma diferente. Pero, ya desde ese mismo instante, la memoria estará susurrándonos al oído nuestra experiencia en Gesto por la Paz. Y ese susurro es el que quedará vivo más allá de nosotros mismos, como parte de todos los futuros que busquen el progreso en la convivencia humana. Muchas gracias y hasta siempre.

Yo fui una de las personas que participó activamente en Gesto por la Paz desde el año 1988, cuando colaboré en la creación del grupo de mi pueblo, Llodio.

Es difícil narrar una experiencia así, plena de emociones y de sentimientos. Para la mayoría de nosotros, no fue solo un camino hacia la paz. También se convirtió en un camino hacia el respeto, la tolerancia, los derechos humanos…Vivimos la militancia como una auténtica escuela de vida. Crecimos en todos los sentidos. Sufrimos, reímos, lloramos, acompañamos, nos indignamos, abrazamos, protestamos, resistimos…

Con el paso de los años, trabajando por una memoria que contribuya a deslegitimar la violencia, un grupo de personas que compartimos activismo en Gesto por la Paz, sentimos la necesidad de dejar nuestro legado en forma algo más tangible y accesible. Quisimos recopilar nuestros pensamientos y nuestras acciones, el obrar y el pensar, en un medio como el audiovisual. Por eso, nos lanzamos, pandemia mediante, a producir un documental sobre Gesto por la Paz. Su título es la síntesis de lo que fuimos. La esencia de nuestra identidad: Un gesto que hizo sonar el silencio.

1.8.24

Cuando rompimos el silencio con el silencio

Fue Ana Borderas quien se puso en contacto conmigo para proponerme participar en el programa. Yo conocía «Ochéntame» y me gustaba el formato. Quedamos un día en una cafetería de Madrid y me explicó su idea. El asesinato de Miguel Ángel Blanco era un episodio esencial de la década pero ella quería abordarlo a partir de lo que fue la reacción social contra la violencia en Euskadi desde sus primeros pasos, allá por la segunda mitad de los ochenta. Creía que era una historia poco conocida fuera del País Vasco y quería contarla, además de pensar que merecía la pena hacerlo.

Fue más que suficiente para mí. Imposible decir que no. Frente a quienes creen que la movilización de aquellos días de julio de 1997 fueron fruto exclusivo de la indignación popular, un estallido de rabia, algunos sabíamos que había detrás una trayectoria de concienciación y sensibilización llevada a cabo en pueblos y barrios de Euskadi durante toda una década. Un trabajo silencioso y anónimo. Persistente, tenaz, firme y de una gran convicción. Son precedentes imprescindibles para entender lo que vino después.

El resto está en estos 53 minutos de excelente documental. Un trabajo muy cuidado, respetuoso y delicado con las opiniones expresadas por todos los participantes, que fluye a través de un guion sólidamente estructurado. Creo sinceramente que merece la pena verlo. E incluso, volver a verlo.

Novéntame otra vez – Cuando se rompió el silencio (rtve.es)

Imposible contener la emoción, con el recuerdo de aquellos años, de los esfuerzos y sacrificios de tantas personas detrás de las decenas de pancartas que poblaron los rincones de nuestra Euskal Herria. Lo dijo Ana y lo ratifico:. El programa tiene mucho de homenaje a toda esa gente.

Hubo más en la larga entrevista en ese sillón tan peculiar, allá en el mes de julio. Mucho más. Pero entiendo que el relato finalizara ahí. Era ascendente y perdía mucho adentrarse en lo que sucedió con posterioridad. Llegaba el barro, con bastante miseria y no era el caso. Me encanta ese cierre: «…y la plaza no volvió a llenarse». Cada quien sabe lo que ocurrió después y es otra historia.

Quiero dar de nuevo las gracias a Ana, al Grupo Ganga y al programa Novéntame por este regalo con forma de memoria. No me canso de repetirlo cuando tengo ocasión. La memoria es identidad y no solo ayuda a entender el pasado sino que, sobre todo, nos proyecta sobre el futuro. Hay valores sobre los que seguir construyendo convivencia y ciudadanía. Y muchos de ellos estaban detrás de esas pancartas.

30.3.21

La decisión más dolorosa

Hoy se cumplen 20 años del episodio. Hago memoria; ese ejercicio de reconstrucción del pasado en la actualidad que me ayuda a reflexionar sobre el presente y también sobre el futuro. La imagen de la fotografía me sigue interpelando hoy en día. Me ayuda en la reflexión y en el proceso de construcción permanente de mi identidad y de mis convicciones. Tiene mucha fuerza, muchísima fuerza.

Ir en medio. Mitad ligazón de los dos bloques, mitad denuncia por su desunión. Fue probablemente la decisión más dolorosa de cuantas adoptamos en Gesto por la Paz de Euskal Herria. En absoluto deseada. Sentimos el peso de lo que consideramos en aquel momento un imperativo ético e incluso político. También, con la tranquilidad de conciencia que proporcionaba el haber llevado a cabo todas las gestiones e iniciativas a nuestro alcance para evitar el desgarro de la desunión.

Recuerdo el penoso papel jugado por quien entonces ya era Secretario General de Presidencia, Jesús Peña, interlocutor de Lehendakaritza con nosotros en las gestiones realizadas para intentar reconducir el desencuentro político existente en relación a la convocatoria de la manifestación de protesta por los asesinatos de Fernando Buesa y Jorge Díez. Falto de sensibilidad y sobrado de intransigencia. Actitud impropia del cargo y de la representación que ostentaba. No me lo contaron. Me tocó a mí hablar con él por teléfono.

También tengo muy viva la sensación de nerviosismo que se apoderó de nosotros en los instantes iniciales de la manifestación, cuando encontramos dificultades para acceder al recorrido y elegir la ubicación deseada, «en el medio». Muy reconfortante en aquel momento la compañía de un auténtico referente en Euskadi en cuestiones de paz y política, como era José Luis Zubizarreta. El alivio que sintió al conocer nuestra iniciativa – condición de comodidad imprescindible para su presencia en la manifestación, como él mismo reconoció – fue, al mismo tiempo, un verdadero espaldarazo moral para nosotros.

Después fueron más las personas que nos confesaron su agradecimiento por haberles brindado la posibilidad de evitar la incomodidad de la división existente, pudiendo mantener su compromiso con la protesta pública por los asesinatos. Asistían entre incrédulos e indignados al paso de la parte de manifestación que confundió su objetivo, con gritos de apoyo al Lehendakari, en lugar de hacerlo condenando los asesinatos, contra ETA o, como siempre, con el simbólico silencio de protesta. Y al llegar nuestro pequeño grupo, lo engrosaban decididos y aliviados.

Lo ocurrido aquel día, al igual que los anteriores, desde el mismo momento del atentado, no constituyó una gran sorpresa. Sin ir más lejos, Joseba Egibar ya nos había anunciado un par de años antes, en privado, tras el estallido del denominado “espíritu de Ermua”, que ellos no volverían a compartir la calle con el PP para manifestarse contra la violencia. Ya lo mencioné aquí.

Con este triste episodio iniciamos esa etapa negra de división social ante la violencia, de duplicidad de concentraciones, a espaldas unos de otros, tras los asesinatos de ETA que protagonizó el trágico comienzo de siglo en Euskadi. Supuso, claro, la travesía del desierto para un movimiento como Gesto por la Paz, con vocación nítidamente integradora (el silencio como expresión máxima de la síntesis que nos unía frente a la violencia). La condena al ostracismo a quien incomodaba por su vocación de puente.

La herida sangró durante mucho tiempo. Y la de nuestro gesto en aquella manifestación, también lo suyo. Algunos no llegaron a entenderlo y se alejaron de nosotros, probablemente abrazando otros movimientos cívicos que existían en aquel momento. Durante un tiempo, fueron numerosas las explicaciones que tuvimos que ofrecer sobre decisión tomada. El principal escollo, lo que más nos dolió, fue no estar con los familiares de los asesinados. Antepusimos nuestra responsabilidad y la convicción de que hacíamos lo correcto, a la compañía y la solidaridad incondicional con los familiares de Fernando y de Jorge. Por imperativo de nuestra conciencia individual y por un irrenunciable objetivo de pedagogía social.

Era inaceptable una vuelta atrás en la posición de unidad que había mostrado ya con reiteración la inmensa mayoría de la sociedad vasca opuesta a la violencia terrorista. No podíamos asistir impasibles a la dilución del objetivo más preciado del Pacto de Ajuria Enea, largamente perseguido y tortuosamente alcanzado. Aparecía de nuevo la línea de división y separación entre nosotros. Un paso atrás del que solo podían obtener beneficio quienes apostaban por la continuidad del terror. Ya lo he dicho: no fue una decisión fácil ni exenta de dolor.

Con todo, y pese a su dureza, creo que ninguno de quienes participamos entonces en ella, hemos dudado jamás del acierto de nuestra elección, a pesar del escaso éxito de nuestro llamamiento. En unas fechas dramáticas y difíciles como pocas, fuimos capaces de mantener con fuerza nuestras convicciones y nuestra responsabilidad, por encima de las circunstancias del momento. Como dijo Lourdes Pérez en su crónica del Diario Vasco de hace unos días, «En medio, el silencio atronador de Gesto por la Paz tratando de que el país no se rompiera definitivamente». Una decisión serena y meditada.

Hoy, cuando demandamos reflexión autocrítica para pasar página sanando heridas del pasado, algunos deberían sentirse interpelados por su conducta en aquellos días. El espejo de la memoria les devolverá imágenes poco amables. Primaron orgullos personales e intereses partidistas, en un momento en que la prioridad máxima solo podía ser la condena sin paliativos del crimen y la solidaridad con las víctimas del mismo. Y la sociedad vasca ganaría si esa autocrítica se hiciera con la misma publicidad con la que cometieron sus errores.

Un relato más completo y detallado del 26 de febrero de 2000, esta crónica que escribió Alberto Ayala en el diario El Correo diez años después.

 

26.2.20

El último vals

Artículo publicado en El Correo el día 5 de mayo de 2018.

 

Lo sé. Sé que ésta es la noticia que llevamos tiempo esperando, el objeto de nuestros anhelos, Sé que han sido muchos años de sufrimiento de demasiada gente, para llegar, por fin, a esto. Sé que debería generar alivio, que esa pesadilla que fue ETA pasa definitivamente a ser historia; trágica, pero historia, al fin y al cabo. Sé que todo eso solo debería constituir una buena noticia y que, como tal deberíamos sentirla y vivirla. Y, sin embargo, por más que hurgo no consigo encontrar esa sensación de bienestar. En su lugar, mi ánimo chapotea entre la indiferencia y un sentimiento agridulce y contradictorio.

El proceso de final de la violencia ha sido lo suficientemente largo y fragmentado como para que hayamos descontado hace tiempo ya las alegrías. Un final tan anunciado no podía contar con momento de estallido de confetis y champán. Las emociones han ido dosificándose en fascículos con el declive de la propia ETA, la tregua, el alto el fuego definitivo, el desarme y, ahora, por fin, la disolución. Hemos llegado al final sin ganas de celebrar nada. Carentes de fuerza, ánimo y convicción.

Movidos por el fuerte simbolismo que, sin duda, la noticia tiene, los medios de comunicación están realizando un despliegue informativo con el que realmente están sacando a ETA de la propia irrelevancia de su final, aceptando que es su responsabilidad como informadores.

En medio de todo ello, es inevitable activar la memoria y traer los recuerdos al presente. Y con ellos, los sentimientos y las sensaciones.

Emoción. Dejo a un lado la corrección política, para colocar en primer lugar de esos recuerdos a los centenares de amigos y compañeras con los que tuve el lujo de compartir reflexiones, debates y trabajo en Gesto por la Paz. Un proceso permanente de aprendizaje con todos ellos. Las miles de caras de ciudadanos anónimos que acumularon horas de silencios en plazas y calles de nuestra tierra. Caras que no veías desde la pancarta, pero que sabías que no fallaban; estaban ahí detrás. Todos ellos fueron constructores tan imprescindibles como olvidados de una parte de la paz que hoy disfrutamos.

Desasosiego. Inevitable recordar episodios que hemos arrumbado a la más recóndita buhardilla de nuestro cerebro y que nos interpelan cada vez que los sacamos de ahí. ¿Qué hacíamos, dónde estábamos, mientras tanta gente gritaba “ETA mátalos” en la calle? Mientras se asesinaba con frecuencia escalofriante, sin que se alterara lo más mínimo la cotidianeidad de nuestras vidas. Algunos enfrentamientos en los que lo peor era el odio inyectado en los ojos que nos querían expulsar de la calle.

Escepticismo. Tiempos en los que aparecen artesanos de paz cuando no hay violencia, justamente allá donde durante años se refugiaban quienes la practicaban. Ausencia de reflexiones autocríticas sinceras en quienes desaparecen, que pudieran contribuir a la reconstrucción de relaciones sociales quebradas o dañadas. Persistencia de hilos argumentativos justificadores de cuanto hicieron mal. El conflicto político como sempiterno legitimador de la violencia.

Hastío. Teatralizaciones y dramatizaciones cuya falta de credibilidad resulta patética en su puesta en escena. Pasamos por Aiete, los mediadores internacionales, el grupo de contacto, las conclusiones, las declaraciones… Había que aguantar, porque lo exigía la responsabilidad: era la pista de aterrizaje, se decía. Después el desarme, en sus distintos intentos, a cual más grotesco. Ahora otro más, que a punto ha estado de ser “desmovilización”, por evitar lo de “disolución” y porque sonaba más – y mejor – a conflictos internacionales. Debo confesar que lamento la presencia, a estas alturas, de algunas buenas gentes que sacaron entrada para esta última función en Cambó. Y no me refiero precisamente al partido guía, que ese pesca en otras aguas.

Responsabilidad. En el fondo, era iluso pensar que esto podía haber sido mucho mejor. Un sector nada desdeñable de nuestra sociedad vasca se ha tenido que enfrentar a la frustración que implica constatar el fracaso de su apuesta estratégica. Esa que tanto dolor ha provocado, pero que también tanto dolor les ha causado a ellos mismos. ¿Al final, para qué? Para nada. Díganselo a los dos centenares largos de miembros de ETA que aún permanecen cumpliendo condena. Y sus familiares preguntándose para qué todo ese sacrificio. Una frustración colectiva mal digerida, es un factor de dificultad añadida para la convivencia presente e incluso futura. Por ello, un mínimo sentido de la responsabilidad nos aconseja no ser muy beligerantes con los paripés. No se preocupen tanto por el blanqueo de su historia. No podrán hacerlo.

Nostalgia. Maixabel, Jaime, Adela, Txabi, Esther, Galo, Carlos, Julián, Xabier… Muchos brazos y corazones construyendo, desde la fe en una sociedad sin violencia. Las víctimas de otros lugares de España que conseguimos que volvieran a Euskadi, después de haberse negado a hacerlo tras su atentado o el de sus familiares. Qué pequeños grandes triunfos. El perdón, la generosidad, el respeto. Tantas trayectorias personales de sufrimiento que nos confiaron sus testimonios de dolor, pero también sus ganas de vivir y su alegría.

Se acabó. Suena el último vals mientras se cierra el telón. No los abroncaré. No tendrán aplauso tampoco. Mi veredicto es sencillo. Les brindaré lo mejor que puedo ofrecerles en este momento postrero: mi más absoluta indiferencia.

5.5.18