Tengo aprecio personal y gran respeto intelectual por algunos de los firmantes de la carta dirigida al director del Zinemaldia, José Luis Rebordinos, solicitándole que no proyecte el documental “No me llames Ternera”, en la edición de este año. Tal vez por eso, sea mayor mi decepción y mi tristeza.
Se echa en falta rigor. Es difícil entender la adhesión a un texto en el que se llevan a cabo valoraciones sustentadas en meras hipótesis o que constituyen juicios de intenciones referidas a los autores de la obra y a la dirección del festival.
“Ese documental forma parte del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país, convertida en un relato justificativo y banalizador que pone al mismo nivel a asesinos y cómplices, víctimas y resistentes”
“Los motivos criminales de Ternera no deben ser expuestos y aplaudidos en un evento cultural del máximo nivel, como si se tratara de un testimonio de vida admirable y de una emocionante historia de acción”.
El subrayado en negrita es mío.
Tiene razón José Luis Rebordinos cuando emplaza a los críticos prematuros a ver el documental para opinar y valorar después.

Dice uno de los firmantes de la carta, en un reportaje de El País, que no juzgan el contenido del documental, cuyo interés no pone en duda, añadiendo que lo que se cuestiona es la oportunidad de ofrecer esa tribuna (Zinemaldia) a un terrorista. Pero su afirmación queda desmentida por la alusión nítida que la carta realiza al «blanqueo» del terrorismo.
Blanquear es convertir lo oscuro en claro, lo sucio en limpio o, siguiendo la versión más clásica del término, que sería la aplicable al dinero, presentar como bueno algo que es realmente malo. Y eso tiene que ver indudablemente con el contenido del documental.
Parece excesivamente aventurado imputar esta acción de blanqueo sin conocer cómo se presenta el testimonio de Ternera. ¿Se aplauden sus argumentos, como si se tratara de un testimonio de vida admirable, como dice la carta? Sus firmantes no lo saben; solo lo pueden suponer y, en todo caso, temer.
Las intenciones de los firmantes se enturbian cuando atribuyen al documental formar parte “del proceso de blanqueado de ETA y de la trágica historia terrorista en nuestro país”, situándolo en conexión estratégica con un movimiento de ámbito superior y clara intencionalidad política.
Llama la atención que, en el mencionado reportaje de El País, un destacado autor de documentales sobre el terrorismo de ETA, con obras pioneras y admirables como Trece entre mil o 1980, Iñaki Arteta, que no ha suscrito la carta, afirme que un festival como el Zinemaldia puede perfectamente proyectar una entrevista “a un terrorista o a un jefe de la mafia o a un líder del Ku Klux Klan”, reconociendo que Ternera, bajo ese punto de vista, es atractivo. Él sabe del valor potencialmente pedagógico de este tipo de testimonios.
La cultura – y el cine en particular – también tiene como función agitar conciencias. El documental presenta de forma cruda y descarnada qué fue ETA y en qué consistió su apuesta por la estrategia político-militar, caracterizada, entre otras cosas, por la ausencia absoluta de cualquier tipo de valoración ética. Algunas respuestas de Ternera provocan auténtica repugnancia moral. No hay maquillaje ni limpieza de ningún tipo. El mal y la suciedad aparecen tal cual y ese es uno de los principales valores del documental: su carácter dramáticamente pedagógico. Como una visita a Auschwitz o a Mauthausen.
Es una herramienta valiosa para entender el horror desde el lado de quien lo provoca. Una visión enfrentada al testimonio de quienes sufrieron ese horror: las víctimas. Oír a Josu Ternera explicar y justificar atentados en los que mueren niños, echando la culpa al Estado o discriminando y clasificando a las víctimas en función de códigos propios alejados de cualquier principio de humanidad, da la medida de la crueldad de la estrategia de ETA, que Ternera y otros asumieron sin vacilar y aún justifican hoy.
El espectador se enfrenta de manera descarnada al horror moral. No cabe mirar para otro lado. Es parte de nuestro pasado. De ése que no debemos olvidar, para fortalecer nuestra identidad colectiva en los valores de la paz, la libertad y los derechos humanos.
Necesitamos nuestra particular topografía del terror. También la construida desde el lado de quien lo provoca.
Comprendo perfectamente que haya víctimas, y muchas personas más, que no quieran ver el documental. Hay mucho dolor vivo aún. También entiendo que pueda suscitar miedos y prevenciones a priori. Lo que me cuesta entender es por qué surge una disputa con este nivel de enconamiento cuando todos compartimos el rechazo radical a la violencia terrorista.
14.9.23
Totalmente de acuerdo. No sólo acepto que se haga un documental como «ése», sino que me parece pedagógico y necesario. Aunque sólo sea someter a ese individuo a las preguntas que se le fórmula.
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