¿Resultado diabólico?

Salvo que provengan del extranjero, los denominados “enemigos de España” también son España. Salvo que no sean los enemigos de España sino los enemigos de “su” España.

Nada hay más recurrente en los nacionalismos que identificar al país con su propio concepto de nación. Por supuesto, excluyente. La nación es lo que ellos definen como tal y los que no encajan en esta definición pasan a ser enemigos de la nación. Y siempre hay alguien dispensando los certificados correspondientes. En Euskadi lo hemos conocido muy bien porque aquí abundaban y abundan los «enemigos de Euskadi».

Así pues, se pongan como se pongan, el resultado electoral de este domingo no es sino el fiel reflejo de la voluntad de los españoles, de todas las Españas posibles e imaginadas, que gusta más cuando se acomoda a las preferencias ideológicas de uno y menos cuanto más se aleja de ellas, claro. Y sí, hay extrema derecha, independentistas, comunistas y otras hierbas. Hasta mentirosos de diverso cuño. Así es España, qué le vamos a hacer.

La obligación de la política es lidiar con esa voluntad, por fragmentada que se presente. Dialogar, negociar y pactar entre diferentes es el auténtico arte de la democracia. Gobernar con la mayoría absoluta de Felipe en el 82 sería tan sencillo como utópico hoy en día.

Constatar la dificultad de la empresa, es necesario. Lamentarse por ello, inútil y poco pedagógico, pues refleja la añoranza de la uniformidad. Necesitamos políticos capaces de escrutar hasta lo más recóndito en las voluntades de los demás, y definir espacios compartidos para concitar amplios acuerdos sobre ellos. Todo lo demás son paparruchas.

Y alguno hay. Los demás, échense a un lado.

24.7.23