Contra todo pronóstico

El jueves 25 de mayo fui al concierto de Joaquín Sabina, en el Wizink Center, de Madrid. No se me habría pasado por la cabeza, pero me ofrecieron la posibilidad y me animé. Contra todo pronóstico. Por nada especial. Es solo que me he vuelto perezoso para ir a grandes conciertos de música. El caso es que acabé sintiendo que ajustaba una deuda pendiente conmigo mismo, que cerraba una época. No porque Sabina esté más o menos mayor, más o menos limitado físicamente. Respecto a esto, ya estoy curando de espanto con las tres ocasiones en que he ido a ver a los Rolling Stones, entre comentarios y rumores de que era su última gira. Y eso que la primera vez fue en 1990.

No, la sensación de cierre de ciclo tenía otra causa. Solo había visto una vez a Sabina en directo. Fue nada menos que en noviembre de 1981 en aquella recordada y masiva concentración anti-OTAN que se celebró en la Ciudad Universitaria de Madrid. Entonces era un chaval de 20 años inmerso de lleno en las ilusiones políticas de la época y con un apego singular al antimilitarismo. Recuerdo que me sumé al viaje organizado por la Agrupación Socialista de Llodio (Eran otros tiempos), que fletó un autobús al efecto. Uno de esos viajes de ida y vuelta en el día. Pechada, pero merecía la pena. Había que estar. Un cuarto de millón de personas nos reunimos en aquel mitin-concierto.

Pero debo confesar que, además de ese jovial fervor antimilitarista, mi decisión estuvo muy animada por la anunciada presencia y actuación en el acto, de unos cantantes a los que acababa de descubrir apenas unos meses antes, en aquel magnífico programa de televisión de Fernando G. Tola, que se llamaba Esta noche. Efectivamente, un 28 de mayo, de hace justo hoy 42 años, la adorable Carmen Maura anunciaba una actuación musical inaudita y experimental, que rompía con los esquemas comerciales y ofrecía una primicia llena de lirismo y de marcha. Y presentaba el rollo pasota de Joaquín Sabina, Javier Krahe, Alberto Pérez y Antonio Sánchez, “cuatro juglares que hacen compatible la poesía, el humor y el compromiso personal, utilizando una herramienta bastante escasa en el panorama musical del momento: el talento”.

Arrancaron su actuación con una versión desternillante y preciosa de “El hombre puso nombre a los animales”, de mi admirado Bob Dylan. Imposible mejor alineamiento de astros. El impacto fue súbito y de una intensidad suprema. Continuaron con otras perlas, a cuál mejores, todas ellas recogidas en el LP recién publicado ese mismo año, “La Mandrágora”. Fue la primera vez que oí a Sabina (con Antonio Sánchez, entonces a su lado) ese increíble himno que es Pongamos que hablo de Madrid. Aquí dejo la actuación íntegra en el programa.

En el acto de la Ciudad Universitaria repitieron repertorio, para gozo mío. Me hice incondicional absoluto de ellos. Fui comprando sus discos y viví con tristeza su separación con el tiempo, aunque me gustaron sus trayectorias tan diferentes. Alberto Pérez con sus boleros, Krahe manteniendo su línea mordaz, ácida y humorística y Sabina con su lanzamiento al estrellato del panorama musical de habla hispana. Como tanta gente, quedé prendado de sus letras y de sus músicas y no pocas de sus canciones han formado parte de la banda sonora de mi vida.

Nada diferente, estoy seguro, a la experiencia de las otras 15.000 personas que llenaron el Wizink el día 25. “Pijos de jersey de lana, viejos verdes, azules, divorciadas en manada, abogados rojos, corredores de seguros, ganadoras de nada; el que te envida otro vaso de tubo, la que no ha tocado varón, el que no tenía nada y retuvo, un niño, un cowboy de salón; calvos con coleta, narigones farloperos, taxistas, ejecutivos, americanos de Vallecas, gacetilleros buscando la rima; y tontos con pose de gánster, y argentinas en chándal, y farmacéuticos, y camareros sin propina” Así definía el periodista Juan Soto Ivars al personal del concierto. Y no le falta razón. Es difícil no sucumbir a las historias que cuenta y canta Sabina y sentir que te llegan muy dentro.

Este tipo de conciertos suponen una catarsis colectiva en la que concurren todas las experiencias vitales personales que se anudan a cada canción. El poder evocador de la música es atronador y llena de emoción ese momento en que recreamos el sentimiento pasado y lo hacemos nuestro en el instante en que suena la música. Esa experiencia multiplicada por quince mil fue la quintaesencia del concierto de Sabina en el Wizink.

Al salir, fui consciente de que me debía a mí mismo cerrar ese círculo con Sabina y me alegré de hacerlo, 42 años después. Su trayectoria musical. mi trayectoria vital. De los 20 a los 62, caminando por la vida con mucha música. Y la suya ocupa un lugar importante entre las mejores.

28.5.23