Montejurra, 40 años después. Mi memoria.

Era un acontecimiento especial para nosotros, niños entonces. Preparativos de víspera, filetes albardados y tortillas en las fiambreras, taxpela roja (cada uno la suya), nervios por el madrugón, el largo viaje con parada en Vitoria para comprar el pan y, por fin, la llegada a Estella y, poco después, a las campas de Iratxe. Con los comienzos de mayo, la cita de Montejurra era sagrada para nosotros, los carlistas.

Recuerdo la subida al monte, por camino pedregoso, duro y serpenteante. Un camino que se convertía en río rojo junto al verde de los arbustos y el sempiterno gris de la roca. Un colorido inolvidable. El descenso era un lento desperdigarse de grupos por los campas, prestos a dar cuenta de las viandas o de las calderetas que los navarros preparaban en el lugar. Sobremesa de anécdotas, jotas y cánticos y, al final, el paseo por Estella y regreso a casa.

Sin embargo, llegó un Montejurra en el que todo aquello cambiaría a los ojos de un chaval que se asomaba a la adolescencia. Ya el año anterior recuerdo una destacada presencia de guardias civiles en la cima del monte, incluso con helicóptero sobrevolando la concentración montañera. Pero aquel día de mayo, a la tradicional misa en la cueva, se unió la intervención pública de un individuo cuyo aspecto me llamó mucho la atención. Con una melena y unas barbas impropias, por su largura, incluso para la época y unas gafas de pasta a las que solo le faltaba la nariz adherida para parecer de nochevieja y subido en algún lugar, con un megáfono, aquel individuo dijo algo que se me quedaría grabado: «Cuando las barbas del vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar». Solo un tiempo después fui capaz de entender el significado de aquella frase, pronunciada el primer domingo de mayo de 1974, apenas unos días después de la revolución de los claveles en Portugal.

Más tarde vinieron las manifestaciones en Estella, el apedreamiento de la vieja «casa de sindicatos», gritos cuya comprensión se me quedaba a medias, como «Por fascista y por cabrón, Garicano al paredón», la aparición de banderas nuevas en las concentraciones carlistas, la presencia de militantes de otras organizaciones políticas…

La conversión del Carlismo en un partido socialista, autogestionario y federal, junto a su participación en plataformas de oposición democrática al régimen de Franco, como la Junta Democrática, primero y la Plataforma de Convergencia Democrática, después, que acabaron fusionadas en la conocida como «Platajunta», me pilló en los albores de un despertar político real y autónomo.

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Y con 15 años recién cumplidos, aquel 9 de mayo de 1976, repitiendo los rituales de cada año, nos embutimos toda la familia en el R-12, camino de la cita carlista de Montejurra.

Confieso que éramos ajenos a los rumores y noticias que, con posterioridad, supimos que existían acerca de los movimientos extraños protagonizados por grupos de mercenarios y de extrema derecha. Lo cierto es que aquel día llegamos a las campas de Iratxe, como siempre, y nos disponíamos a visitar primero el Monasterio, cuando nos encontramos con gente que volvía de allí, aconsejándonos que no fuéramos, que había habido lío y alguna agresión, con tiros incluidos. Se hablaba de heridos. El ambiente era por momentos más tenso entre la gente y, en medio de la confusión, comenzaban a llegarnos comentarios, rumores y manifestaciones de rabia e indignación. El día estaba nublado y el monte apenas se divisiva entre una espesa neblina.

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Al poco, se extendió la consigna de iniciar la subida y los grupos de carlistas arremolinados en las campas, comenzaron a enfilar el tortuoso camino de la cumbre, sin disimular la incertidumbre y los nervios. No habíamos cubierto aún media ascensión cuando se oyeron aplausos y gritos, evidencia de la presencia de Carlos Hugo, el líder del carlismo y su esposa Irene de Holanda. Los gritos reivindicativos eran constantes. Montejurra se había convertido en un acto político de oposición al régimen franquista.

La verdad es que, entre el nerviosismo, la estrechez del camino de subida y la aglomeración de gente, me vi separado de familia y amigos, ascendiendo junto a otros carlistas, jóvenes y mayores, que no ocultaban su preocupación por el ambiente y lo que ya se daba por hecho: que había habido heridos de bala en las campas de Iratxe.

De pronto, cuando ya no quedaba mucho para la cima, oculta a nuestra vista por la niebla, oí con nitidez unos ruidos similares a los de los petardos, que tan bien conocía. Fueron varios, seguidos, en ráfagas y sueltos. Lejanos, como amortiguados por la humedad, pero reales. Tanto que la gente se detuvo. Se oyeron gritos procedentes de la parte de arriba que pronto se hicieron comprensibles: «¡Abrid paso, por favor! ¡Abrid paso!». Recuerdo que me encaramé en el costado del camino, agarrándome a unos arbustos, como hizo la gente a mi lado y fue entonces cuando vi que bajaba un grupo todo lo rápido que permitía lo pedregoso y estrecho del camino. Varias personas sujetaban algo parecido a una parihuela gris sobre la que yacía un joven. Su cabeza bamboleando sobre la improvisada camilla, al compás desordenado del paso de sus porteadores, con los ojos vueltos, en blanco, es una imagen que jamás olvidaré. Se enganchó en lo más profundo de mi memoria. Luego supe que aquel joven se llamaba Ricardo García Pellejero, que era de Estella y tenía 20 años, apenas cinco más que yo.

Se decidió no continuar la ascensión hacia la cima y, de hecho, recuerdo que se celebró la tradicional misa allí mismo, en un recodo del camino.

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El posterior descenso del monte lo recuerdo como de una tensión extraordinaria. Ira, indignación, preocupación, entre los carlistas, jóvenes y mayores. En las campas de Iratxe, una nutrida formación – creo recordar que de policía armada – ocupaba el lateral del camino y era duramente increpada por la gente, que les recriminaba su pasividad e inhibición ante la agresión sufrida.

No recuerdo mucho más de aquel día. No, al menos, de lo que hicimos, aunque sí de cómo me sentí. La impresión y el impacto que me produjo lo vivido fueron tremendos. Nunca he olvidado esa sensación y hoy es el día que, escribiendo estas líneas, aún me estremezco emocionado, con una mezcla de tristeza y rabia.

Más tarde supe mucho más de todo. Supe de los dos muertos, el mencionado Ricardo García Pellejero y de Aniano Jiménez Santos, herido en Iratxe que falleció días después; de la existencia de más heridos; de las implicaciones en las agresiones de los mercenarios y fascistas venidos de otras latitudes; de las manipulaciones informativas que pretendieron hacer ver que los sucesos fueron fruto del enfrentamiento entre dos sectores del Carlismo; de las implicaciones de las fuerzas de seguridad y de los servicios secretos españoles; de la nunca asumida responsabilidad de políticos del más alto nivel (Fraga de nuevo, como ministro de Interior, apenas dos meses después de los asesinatos de Vitoria); de la inexistente investigación policial y judicial; de la impunidad para todos los responsables de los asesinatos, por falta de investigación o por beneficiarse de la Ley de Amnistía; de las trabas puestas por el Estado para reconocer a los asesinados como víctimas del terrorismo y de la tenacidad de José Angel Pérez Nievas para conseguirlo, por fin, por vía judicial.

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El año siguiente la autoridad gubernativa prohibió la celebración de Montejurra y derivamos la convocatoria, sobre la marcha, el mismo día, al castillo de Javier. Por fin, en 1978 el partido celebró lo que se denominó el primer Montejurra en libertad. Siempre me he resistido a reconocer las elecciones de junio de 1977 como las primeras democráticas en España, tras la dictadura. El Partido Carlista y algún otro partido más, no fueron legalizados para la ocasión y tuvieron que presentarse como agrupación de electores.

Seguí militando en el Partido Carlista, a través de EKA (Euskadiko Karlista Alderdia). Participé en el Congreso que se celebró en Alcobendas (Madrid) en diciembre de 1979, tras el fracaso electoral y con la marcha de Carlos Hugo y la anterior dirección del partido. Y formé parte de la candidatura de EKA por Alava, en las primeras elecciones al parlamento vasco, en 1980, en el que fue mi último acto de militancia política en el Carlismo.

Con el tiempo he vuelto alguna vez por Estella y Montejurra, sin llegar a subir al monte. Los sentimientos han sido recurrentes. El impacto de lo vivido sigue ahí, fresco e intenso, cada vez que algo me lo trae al recuerdo. Soy consciente de que aquel episodio contribuyó a forjar una parte no desdeñable de mi forma de ser y de pensar en lo que concierne a la política.

Hoy, 40 años después de aquel día, sigo emocionándome al revivir lo sucedido. Y creo de justicia que esa emoción se traduzca en memoria de las dos personas que fueron injustamente asesinadas: Ricardo y Aniano. A su recuerdo les dedico estas líneas.

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P.S. El Partido Carlista sigue existiendo formalmente, aunque sea con carácter meramente residual. El pasado sábado, 7 de mayo, organizó un acto en Iratxe, consistente en una ofrenda floral, en el cual solicitó públicamente al gobierno de España la desclasificación de los documentos oficiales de los episodios de Montejurra 76.

 

9.5.16

10 comentarios en “Montejurra, 40 años después. Mi memoria.

  1. Cuando os fuisteis para Iratxe, yo me quedé con los dos pequeños. Los llevaba de la mano cuando vi a un grupo de jóvenes con aspecto muy ‘arreglado’ acompañados de una señora también ‘arreglada’ y con gafas negras. Uno de ellos comenzó a gritar ‘Carlos Hugo, es un traidor’. Como te imaginarás, la reacción de la gente fue inmediata para tratar de hacerle callar. ¿Cómo podía venir alguien a Montejurra a llamar traidor a Carlos Hugo? Al verse verbalmente increpado, sacó una pistola. Fue la primera vez -y la más cercana- que veía un arma. La levantó en tono amenazante y la gente se separó. Yo me quedé congelada. Cogí a Charly y a Pitu y me volví hacia el coche. Pronto llegasteis vosotros con las noticias de Iratxe.
    No voy a describir la subida al monte porque la viví muy parecida a como tú la has relatado. Recuerdo el recibimiento a Carlos Hugo, la intensa niebla, el ruido de los tiros, la tensión tan enorme y ver bajar a los heridos abriéndose paso como podían.
    Papá me sugirió que bajara y así lo hice. Cuando llegué fui al coche, pero no había nadie. Desde ahí venía una formación enorme de policías con escudos y preparados para atacar a no sé quién, pero eso sí, bien formados y sin moverse. Uno de ellos se me acercó y me dijo que me marchara de allí. Le dije que era el coche de mi padre, que allí esperaría y que donde estaban pasando las cosas era arriba y no donde estábamos. Imagino que si no tuvo en cuenta mis palabras era porque no tenía la más mínima razón para contestar y porque era una mocosa.
    Poco después apareció la parte de la familia que no subía y me preguntaron por Fer porque había noticias de que habían herido a una chica. Fer no había sido y así se lo trasmití.
    De aquel día no recuerdo casi más. Sí recuerdo asistir a una misa en Bilbao por los asesinados y, a la salida, la policía mandando disolvernos de malos modos como si fuéramos alborotadores de no sé qué orden. También recuerdo el cordón policial que se creó para que no se celebrara el Montejurra del año siguiente. Tremendo todo.
    Y, sí, el Partido Carlista se legalizó después del temido Partido Comunista. ¡Ahí es nada!
    Por Ricardo y Aniano que podíamos haber sido cualquiera de las miles de personas que asistimos a aquel Montejurra de 1976.

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  2. Yo también tenía 15 años en 1.976. Para «la pandilla» los carlistas eran monárquicos y católicos, es decir había que clasificarlos como ¡fachas¡.

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    • Ciertamente es una imagen y una percepción tan extendida como justificada, incluso con argumentos históricos, pero no es menos cierto que la realidad que yo viví es la que relato. Yo «nací» a la política en ese partido que se definía ideológicamente así y mi vinculación con el carlismo, además de estrechos lazos sentimentales, viene dada por esa realidad. Un saludo.

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  3. Hola Txema. Me ha gustado tu escrito, porque refleja muy bien el recuerdo que tengo de aquél día. Yo tenía 17 años. Los habitantes de Estella vivíamos también el día de los carlistas como un día muy especial. Un domingo diferente, con desfiles, colorido, ambiente,…
    Ese año, poco sabíamos de lo que se tramaba en Irache los días anteriores. Sí que recuerdo que los años anteriores, los carlistas nos tenían un poco despistados cuando bajaban a Estella después del acto de Montejurra, y podíamos ver como iban surgiendo dos «bandos» muy contrapuestos en sus ideas: Los partidarios de Carlos Hugo, por un lado y los de Sixto por otro. También recuerdo que como consecuencia de ello los mayores decían que era mejor no subir a Montejurra, que podía haber «lío». Así que cuando comenzaron a llegar las noticias, la incredulidad al principio, el estupor después y el enfado/temor se fue apoderando de Estella. Ricardo era algo mayor que nosotros, y lo que se comentó entonces es que su subida al monte era más por hacer una excursión y vivir aquél ambiente, como tantos otros estellicas, que por razones de cercanía al partido carlista. Y que la casualidad hizo que le tocara a él. Una casualidad que hacía que nos pareciera todavía más injusta y absurda su muerte. Fueron días muy duros. Perder a alguien tan joven de tu pueblo de ese modo, llevó a todo Estella a manifestar el dolor y la rabia tanto en el funeral que se celebró en la plaza de Estella, como en las posteriores manifestaciones y protestas que tuvieron lugar ese día y de los días siguientes. Recuerdos muy tristes, que siguen renaciendo en Estella cuando llega la fiesta de los carlistas a comienzos de mayo de cada año…

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    • Muy difícilmente se puede hablar de partidarios de Sixto respecto a los Montejurras anteriores cuando no existían. Ese personaje nunca tuvo el más mínimo interés por la política española o el carlismo hasta que en el año 1975 empezó a ejercer de «tonto útil» de la Zarzuela. La mayor parte de sus colaboradores eran antiguos tradicionalistas colaboracionistas con la dictadura, que incluso habían reconocido como Rey a Juan Carlos. Todo muy «carlista» y «legitimista». De hecho, después de la Transición, en la que operó como subalterno de Fuerza Nueva, se marchó, la Zarzuela ya estaba consolidada y no necesitaba por tanto de sus servicios. No se volvió a saber nada de él hasta que a finales de los años 90, después de que don Carlos Hugo reaparece en la vida pública española con la reactivación de la Real Orden de la Legitimidad Proscrita, casualmente también vuelve a reaparecer. Siempre funcionando como la «contra» al servicio ¿de quien?

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  4. La verdad es que en mi recuerdo no aparece ningún elemento que permita hablar de dos grupos de carlistas enfrentados en los años anteriores, en Estella. Se sabía que Sixto abrazaba tesis de la extrema derecha y que pretendía reclamar la legitimidad del carlismo, pero yo no recuerdo que aparecieran por Estella el día de Montejurra los años anteriores al de los asesinatos. Ni por Montejurra tampoco. De hecho, debe ser por eso que ni recuerdo ni me consta que hubiera algún tipo de enfrentamiento nunca, hasta lo sucedido el 9 de mayo de 1976, que fue realmente una agresión con asesinatos y no un enfrentamiento. Saludos.

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  5. YO LO VIVI DIEZ AÑOS ANTES Y SIGO TENIENDO UN RECUERDO INOLVDABLE DE ELLO Y DE COMO NOS RECIBIAN EN LOS PUEBLOS NAVARROS A DONDE NOS IBAN DISTRIBUYENDO LOS AUTOBUSES SEGUN LLEGABAN PARA IR A DORMIR PORQUE NO HABIA POSIBILIDAD DE ENC ONTRAR ALOJAMIENTO. AL LLEGAR AL `PUEBLO, EN MI CASO ERA ESPRONCELA, DE TODAS LAS CASAS SALIAN A RECIBIRNOS Y OFRECERNOS CENA Y ALOJAMIENTO GRATUITO. TODAVIA RECUERDO A CARMELO, EL PRACTICANTE DEL PUEBLO QUE NOS RECIBIO EN SU CASA.
    A PESAR DEL TIEMPO TRANCURRIDO, GRACIAS POR ELLO.

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